[por: Alba Reigada Tierro]
Habrá que esperar hasta el 2013 (si llegamos) para que el filme Charada cumpla 50 años (se estrenó el 5 de diciembre 1963 en Estados Unidos). Pero por si acaso se acaba el mundo y queda sin revisar, me he adelantado unos meses y así nos quedamos todos más tranquilos ¿no? Pues allá voy.
Revisionar uno de los mayores clásicos de la historia del cine puede provocar dos cosas: que el filme sea mucho mejor al recuerdo que se tenía de él, o, por otro lado, que elementos como la fotografía, las actuaciones, el guión, el color…resulten ya obsoletos y vagos y suenen a música de un cine que pasó y murió y del que no queda mucho que decir.
Sin embargo, después están esas cintas que adquieren luz y calidez con el tiempo, que dominan a uno con cada fotogramas y que introducen al espectador en una vorágine audiovisual tan profunda y delicada, que tanto el espacio, como el tiempo presentes se diluyen en el acertijo de engaños y mentiras, que durante dos horas Cary Grant y Audrey Hepburn interpretan con esa grandeza prístina que sólo las celebridades poseen.
El vestuario de Audrey y el encanto de Cary
Está claro que a Audrey Hepburn le cayeron unos cuantos papeles del cielo, no serían tan buenos (ni recordados) sin su magnífica calidad interpretativa, claro, pero todo hay que reconocerlo, la chica tuvo suerte y mucha.
Para la gran mayoría del público sigue siendo la Holly Golightly de Desayuno con diamantes(1961) o la princesa Anna en Vacaciones en Roma(1953), pero lo cierto es que el personaje de Reggie Lampert en Charada es casi tan poderoso o más que los anteriores y puede que menos reconocido.
Además de moverse con clase y convertir un vestuario de lo más elegante, en totalmente manejable en las escenas de acción y saltos, a Reggie le queda tiempo para intentar conquistar al hombre con el que está metida en un buen lío y sin ocultar para nada sus intenciones. Por ello, lo mejor de este personaje es que, sin dudarlo ni un segundo, lleva la iniciativa amorosa con Peter Joshua (Cary Grant), un encantador desconocido con el que se encuentra por casualidad durante sus vacaciones y con el que mantiene un agradable (y en principio inofensivo) intercambio de palabras.
Desde 1932 llevaba Cary Grant haciendo películas y siendo considerado uno de los galanes de Hollywood por excelencia. Se consolidó con títulos como Atrapa a un ladrón (1955) junto a Grace Kelly o Con la muerte en los talones (1956), y bien entrado en la madurez le llegó a las manos la posibilidad de trabajar en este proyecto junto a una de las nuevas y grandes estrellas del momento, y el resultado fue el encantador extraño que conoce Reggie en sus vacaciones. Pero esta historia se complica cuando a la vuelta de su descanso, Reggie encuentra su casa de París vacía y a su marido arrollado a la vía del tren. Sin una pista que seguir, solamente una bolsa de objetos inservibles, pasaportes falsos y una carta que no dice nada de provecho, Reggie se ve sola y sin recursos, pero con una curiosa fuerza interior y con Peter Joshua por supuesto. Por si fuera poco, el interés de unos antiguos compañeros del ejército del marido de Reggie por un dinero que al parecer, dejó a su viuda, desencadena toda la acción y convierte a Joshua en el fiel y único protector de Reggie ante la persecución que ésta experimenta. Pero nada es lo que parece…
Sin necesidad de desvelar mucho más, se puede ver como la trama tejida en torno a Reggie es cada vez más compleja y con claros trazos de thriller, sin embargo, aunque hay picos de dramatismo y muertes de lo más violentas, puede que la cara inocente y angelical de Hepburn y el porte y estilo de Grant llenen la pantalla incluso más que la propia historia, dejando al espectador en una constante tensión, pero también con una media sonrisa de complicidad con la esperanza de que la pareja protagonista salga del gran lío en el que están metidos, y se metan en un lío de otra índole.
París y los 25 años
Y como el amor hace acto de presencia, las localizaciones más adecuadas se situaron en París, ciudad que juega otro de los papeles fundamentales de un filme que, aunque reconocido, debería valorarse mucho más, y no solamente por sus protagonistas. La gran expresividad que aportan los interiores es perfecta en una época con un presupuesto mucho menor al actual y con unas limitaciones de tiempo y de medios mucho mayores. Pero por supuesto, una de las joyas que encierra esta cinta es el guion absolutamente deslumbrante, de manos de Peter Stone y que alcanza sus máximos en las conversaciones de los dos protagonistas, mientras realizan lo que parece un intercambio de ideas sinsentido, pero que en realidad son de lo más coherentes e inteligentes, traduciéndose por tanto, en una gran charada o acertijo. Vamos, que no se puede negar que el título le va al pelo.
Puede que resulte un trabajo diferente e incluso de temática inadecuada para los que crean que Audrey Hepburn no se metía en camisas de once varas y se limitaba a filmes para su lucimiento personal (y de vestuario) , pero lo único que se puede decir en cuanto a la elección de la pareja protagonista, es que los actores son los que tenían que ser. Y como dato curioso, hay que decir que a Grant se le había ofrecido el papel de Gregory Peck en Vacaciones en Roma, pero lo rechazó por considerar que tenía demasiada edad para interpretar al enamorado de Audrey (era 25 años mayor que ella). Pero oye, los prejuicios se superan y a pesar de todo, ambos aportaron la chispa y la química necesarias al desarrollo de una historia que, aunque efectivamente es buena y está bien ensamblada, no sería nada sin estos intérpretes que ocupan ya para siempre un lugar privilegiado en la historia del cine. Y esto no es ninguna charada, es una obviedad.
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