[por: Alba Reigada Tierro]
Muy atrás quedaron los tiempos (concretamente en 2001) en los que la dulce y soñadora Amélie Poulain entraba en la órbita de millones de espectadores. Aterrizaba para ganarse el corazón de medio mundo, convertirse en un icono del cine y catapultar a su protagonista, Audrey Tautou, a la fama mundial de la noche a la mañana.
Amélie hizo soñar y creer en un mundo más allá de la monotonía de la vida diaria, del ritmo impuesto por una sociedad y un sistema que habían perdido su esencia más infantil y su creatividad cinematográfica y vital, hay que decirlo. El maestro de orquesta que dirigió tan sonada fábula es Jean-Pierre Jeunet que, junto a Tautou ofreció al cine francés el experimento que supondría uno de sus mejores carteles publicitarios de los últimos años y que acabaría creando escuela y nuevos pensamientos. Tanto es así, que el efecto Amélie se prolonga hasta hoy, donde en redes sociales como Facebook y Twitter, los usuarios usan el nombre Amélie o el apellido Poulain como símbolo de identidad.
Después de Amélie…
Tras un éxito a nivel internacional de esta magnitud, siempre es interesante observar como la carrera de los protagonistas de una epopeya, baila sobre las mieles del éxito repentino y se desliza hacia el abismo de los blockbuster, o bien, hacia una elección de guiones inteligente y madura, que va evolucionando hasta conformar una carrera interpretativa de la que estar orgulloso.
Sin embargo, hay una posibilidad más, que es por la que parece que transita Audrey Tautou desde su inolvidable Amélie: el encasillamiento, o la elección de papeles más o menos parecidos que la acaben convirtiendo en una musa del mejor cine sensible francés, pero también en el mismo eterno personaje.
El gusto de Tautou por el cine de su tierra queda patente en los numerosos filmes realizados después de Amélie y también en su predilección por el director Jean Pierre Jeunet, con el que repitió en Largo domingo de noviazgo (2004), con una estética y un hilo argumental que recordaban a su obra maestra y que nos transportaban de nuevo a otro mundo, donde lo pintoresco y lo macabro se mezclan para dar lugar a una historia con Tautou como gran musa.
Punto de inflexión
Fue en 2006 cuando Audrey se salió de la línea seguida hasta ahora y acabó por meterse de lleno en una superproducción por todo lo alto, que suponía nada más y nada menos que la adaptación cinematográfica de la novela El código Da Vinci y que contó con Tom Hanks como protagonista y cabeza de cartel. Y claro, ante el lanzamiento de semejante bombazo cinematográfico, quién mejor que el eterno rostro de Amélie para acompañar a Hanks entre los entresijos y secretos de una investigación que va más allá de la religión.
A la francesa no le gustó mucho eso de meterse por el Hollywood más taquillero, y tras El código Da Vinci, ni corta ni perezosa, dio vida a uno de los iconos mundiales más reconocidos de los últimos tiempos: la mismísima Coco Chanel. El filme, Coco avant Chanel (2009) pudo ser mejor de lo que fue, pero a lo que no se le puede restar mérito, es a la interpretación de Tautou: nominada al Bafta a la mejor actriz y al César ese mismo año.
Y después de tocar el cielo de la moda, Audrey continuó con personajes complejos y delicados a la francesa, los que más le gustan y mejor se le dan. Para llegar finalmente a La delicadeza (2012), cinta dirigida por los hermanos Stéphane y David Foenkinos y que representa una de esas obras que analiza la sensibilidad de situaciones que se pueden considerar cotidianas. El filme parte de la muerte del marido de Nathalie (Tautou) y de cómo lleva ésta el tremendo dolor de su viudez tras unos años maravillosos de idilio cuasi perfecto.
De nuevo un delicado personaje que parece irle como un guante al rostro de Amélie, que ha encontrado un filón en esto de la delicadeza interpretativa. Queda por saber si sorprenderá con sus próximos trabajos o continuará honrando al drama sensible y al cine francés.
Trailer
GALERÍA