[ por: Luis Felipe Zúñiga ]
Tan cerca de los Oscar, y tan lejos de llevárselo. Y es que la última cinta del inglés Stephen Daldry, un crac en obtener nominaciones al galardón más codiciado de la industria (las cuatro cintas que ha dirigido han participado en las candidaturas más importantes) se aparta considerablemente de las demás cintas que el próximo domingo competirán en la categoría Mejor Película del 2011. Carece de la belleza de El árbol de la vida; al contrario de Medianoche en París, Hugo y El artista, deja entrever una gruesa cuota de nostalgia, incluso lidiando con un hecho tan próximo como el 11/S; la torpeza de su guión ni se compara con el dinamismo y novedad de El juego de la fortuna y Los Descendientes, y ni siquiera su edulcorado final es emotivo como sus más similares contrincantes, Caballo de Guerra e Historias cruzadas.
Basada en la exitosa novela de Jonathan Safran Foer, la película cuenta la historia de Oskar, un niño de 11 años que pierde a su padre en la tragedia acaecida en el World Trade Center el año 2001. Ansioso por encontrar una manera de contactarse con su desaparecido progenitor, Oskar descubre una misteriosa llave que lo llevará a emprender una expedición urbana por toda la isla de Manhattan en busca del cerrojo correspondiente. En el viaje conocerá, de soslayo, las historias mínimas del los habitantes de una ciudad aún dolida y en resiliencia. Sin embargo, dicha búsqueda, quizá lo más interesante del filme, pocas veces se aproxima a perfilar las distintas maneras que los neoyorquinos tuvieron para lidiar con la tragedia, optando en cambio por enfatizar la insoportable conducta de un niño que somatiza la pérdida culpándose reiteradamente como si se tratara del más experimentado pecador.
Extremadamente lejos de ser un sentido homenaje.
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