Ciudades conocidas y por conocer
[ por: Andrés Daly ]
La semana pasada fue bastante agitada. Mientras se inauguraba la avalancha -casi inabarcable- de películas de SANFIC en su séptima versión (con 100 películas en 9 días) y comenzaban también los encuentros, en este Festival, con Santiago Segura y Ricardo Darín, fui también un par de veces al cine a ver dos excelentes y nuevas películas hollywoodenses: «Super8» (2011) de J.J. Abrahms, del creador de la serie de televisión LOST- una especie de oda a los 80’s de Spielberg- y la maravillosa ciencia ficción de «Source Code» (2011), de Duncan Jones, de las que espero poder escribir más adelante.
Como si fuera poco, durante tres días, de martes a jueves a las 18:00 hrs, se realizó el Seminario Ciudad y Cine, en el Centro de Extensión UC primero y luego en el campus Lo Contador, donde el novelista y crítico Alan Pauls manifestó su visión sobre este encuentro entre el denominado séptimo arte y las urbes.
Sus conferencias tocaron distintos nexos, desde el movimiento como «espectáculo», o la ciudad y el cine unidos por la pasión del movimiento si se quiere, con los archi conocidos ejemplos del pseudo documentalismo de los Lumiere hasta las famosas city symphonies. Otro tema tocado fue el concepto mimético de la experiencia del espectador, cuando este observa en la pantalla algo que quiere realizar (como por ejemplo comer, cita él) en este caso, ciudades que el espectador va a «conocer» a través de este medio y que le gustaría visitar. Sobre esto último, las ciudades como objeto de deseo,o las ciudades y el conocimiento virtual/real de ellas, Pauls leyó un largo texto, del que pude encontrar un fragmento con que inició, literalmente, la primera sesión:
«No hace falta pisar una ciudad para conocerla. Conocemos Nueva York por Manhattan, París por Sin aliento, Roma por La dolce vita, Lisboa por En la ciudad blanca, Berlín por Las alas del deseo, San Francisco por Vértigo, Hamburgo por El amigo americano, Los Angeles por Model shop o Barrio chino, Madrid por Qué he hecho yo para merecer esto, Nápoles por Viaje en Italia, Barcelona por El pasajero, Hong Kong por Chunking Express, Toronto por Videodrome, Londres por Blow Up, México por Los olvidados, la Ciudad Prohibida de Pekín por El último emperador, Viena por El tercer hombre. Y hay ciudades que sólo conocemos porque nos sería imposible pisarlas: la Metrópolis que imaginó Fritz Lang, la Alphaville en la que husmea el detective Lemy Caution, la Las Vegas de neón de One From The Heart, el hormiguero futurista de Blade runner, la Tativille –filmada en estudios– de Playtime, el fraudulento suburbio de Truman Show, la exótica Interzona burroughsiana de Almuerzo desnudo. Estamos tan acostumbrados a ver calles, multitudes y tráfico proyectados en una pantalla que cualquier película que se demore en el campo o la montaña nos sobresalta como una incongruencia de novato, una excepción condescendiente o una operación de promoción turística. Entre cine y espacio urbano hay algo más que una relación de afinidad, de simpatía o de intimidad: hay una relación de consustancialidad. La ciudad no es sólo el escenario privilegiado de la ficción cinematográfica; es su condición de posibilidad, su alma, su morada. Y lo es desde siempre, desde 1895, cuando los hermanos Lumière metieron de prepo una locomotora en un café del centro de París y proclamaron ante un puñado de parroquianos estupefactos que había nacido el cine. Esa doble irrupción (el tren en la estación, el cine en el corazón de la Ciudad-Luz) sellaba a fuego un romance que hoy parece tan natural como un lazo de sangre.» – Alan Pauls (Texto en Página 12, Radar, 27 de agosto de 2006)
Otros temas orbitaron los caminos de la memoria («el cine momifica en su delgada piel de celuloide barrios que ya no existen«), en los que el cine le da a la ciudad tiempo, otorgándole así memoria o sobrevida; las relaciones Flanneur/Espectador (debatiéndose entre el movimiento o vagabundeo del primero y la quietud del segundo, la inmovilidad del espectador de cine) para luego finalizar en el foco puesto sobre dos reconocidas películas, en la tercera sesión: «El Eclipse» (1962), del arquitecto y cineasta Michelangelo Antonioni, y «Alphaville» (1965) de Jean Luc Godard. Dos ciudades en obra, Roma y París, respectivamente, en proceso de remodelación, donde filman estos cineastas.
Los 60’s como periodo clave cinematográfico, fue un tema importante dentro de su charla, refiriéndose a la renovación radical de la forma y tecnica de la cinematografia en esta época: las camaras ligeras, el salir a la calle y rechazar a los estudios ficticios. Sobre este tema, Pauls repite algunas observaciones expuestas en el Seminario, en una entrevista realizada para la revista Paula pocos días antes:
“Toda la Nouvelle vague francesa sería inimaginable sin la consigna de salir del encierro de los estudios, ‘bajar a la calle’ y redescubrir el espacio urbano de París. No es casual que la primera película de Jacques Rivette se llame París nos pertenece. La modernidad de las películas de Godard (Sin aliento) o Rohmer (El signo del león) no es solo formal: es también una modernidad urbana, como si París recién reconociera su propio estatus de ciudad contemporánea una vez filmada por las cámaras livianas y montada por los cortes abruptos de esos –entonces– nuevos cineastas. Y Berlín fue cine puro desde fines de los 20, cuando se impone ese género específico que son las city symphonies (con Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de Walter Ruttmann), hasta Las alas del deseo, de Wenders, que a fines de los 80 descubre el duelo y la melancolía como los tonos propios de una ciudad vaciada, desertificada por las heridas de la historia”. – Alan Pauls (Entrevista a Revista Paula, 6 de agosto 2011).
No pude asistir a la segunda sesión, donde Pauls se refirió a «Happy Together» (1997), la película de Wong Kar Wai, por lo que no puedo comentarla, sin embargo, sobre las otras dos sesiones si bien se repitieron menciones bastante frecuentes a títulos icónicos de la relación Cine y Ciudad (desdePlaytime hasta Sinfonía de la Ciudad), habría sido interesante poder tener una visión más actualizada de esta relación, en títulos independientes, menos conocidos y provenientes también de distintos territorios, incluyendo los latinoamericanos.
Buena iniciativa (además gratuita, lo que se agradece), pero personalmente, cosa que conversaba también hace poco con un amigo brevemente por twitter, creo que hace mucha falta adentrarse en urbes y películas menos familiares, tanto antiguas como muy recientes, con el fin de profundizar realmente estas ricas relaciones.
Creo que resulta problemático, la mayoría de las veces, seguir refiriendo una y otra vez los mismos ejemplos.
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