[ por: Andrés Daly ]
Sir Ridley Scott debe haber vestido una armadura en una vida pasada. Rodeado de caballos, espadas, castillos, la música de Marc Streitenfeld y melancólicas damas en peligro, este caballero ingles de 73 años se siente muy confortable. Con una taza de té, un presupuesto equivalente a 100 películas chilenas por cada una de las suyas y un verdadero ejército en el equipo de producción, delante y detrás de cámaras, alguien podría pensar que esto era sin duda, el augurio del éxito artístico para una nueva versión de una vieja historia.
La historia trata esta vez sobre el origen de la leyenda, de cómo Robin Longstride (Russell Crowe, bonachón y/o fiero, dependiendo de la escena y el ánimo del día) vuelve a Inglaterra después de varios años como soldado en el pillaje la inútil guerra guiada por el Rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León (Danny Huston). Llega a su país como un impostor, aprovechando el favor pedido a él por el malogrado Sir Robert Locksley (Douglas Hodge) antes de su muerte, la devolución de una espada que él robó a su padre años atrás, el ciego Sir Walter Locksley (Max von Sydow, el único que parece respirar su personaje).
Ocupando su nombre, tierras y mujer (Lady Marion, interpretada en piloto automático por Cate Blanchett), Robin pronto se establece con sus alegres hombres del bosque en un pequeño poblado. Muy lejos de ahí, dos villanos de caricatura, el ex Príncipe Juan (Oscar Isaac), hoy nuevo Rey, y el inmensamente maléfico consejero Godfrey (Mark Strong) se reparten los tesoros del Reino, cada cual a su manera, aumentando los impuestos el primero, y planeando una invasión francesa el segundo; y en general, abusando de cualquier ser vivo, entre ellos, la paciencia del espectador. Hay un tercer villano, el famoso Sheriff de Nottingham (Matthew McFadyen), aquí relegado a un verdadero payaso sin real poder ni voto, así que es mejor olvidarlo.
Con una producción que convierte en un verdadero espectáculo la pantalla de cine, al estilo de las grandes producciones del antiguo Hollywood, una muy buena fotografía, como siempre a cargo de John Mathieson (Gladiador, Hannibal, Kingdom of Heaven, las tres dirigidas por Ridley Scott) y una historia probada en el cine en más de veinte versiones, es inentendible como, después de todo, se le puede escapar a Scott la importancia de un buen protagonista, y que el mito en torno a la figura de Robin Hood no se puede sustentar solamente en un conjunto de batallas a diez cámaras, o una narración histórica que busca ser mas rigurosa que la de sus antecedentes.
Sin ningún tipo de sentimiento y preocupación en la apagada, automática e indiferente interpretación de Crowe, en un rol que ya Douglas Faibanks (1922), Errol Flynn (1938), Kevin Costner (1991) y hasta Cary Elwes (1993) supieron sacarle buen partido, junto a una nula química con Cate Blanchett, esencial para dar forma a la pareja romántica de la Leyenda; es sorprendente que tan rápido el espectador se puede tornar distante, observando el campo de acciones de una producción que se felicita solamente en pasar las páginas de la historia con oficio.
No basta con tener al protagonista en el nombre de la película, sino que también dentro de ella.