[ por: Andrés Daly ]
Me había prometido no ver esta película. La curiosidad y el encierro en una tarde de aburrimiento, con lluvia torrencial afuera de un hostal pudo más, y al igual que con la militarista «El día de la Independencia» (Independece Day, 1996), la horrorosa «Godzilla» (Godzilla, 1998) y «El día después de mañana» (The day after tomorrow, 2004) no hice más que perder dos horas y media de mi vida viendo la última celebración visual de una masacre humana, coordinada por el cineasta alemán mas destructivo y norteamericano de la historia del cine -a pesar de haber hecho polvo la Casa Blanca dos veces- el señor Roland Emmerich.
Amante de toda la gama cromática que pueda contener una explosión, y de sus variables ruidos ensordecedores (como el combustible Michael Bay, ver los videos al final del post), las cámaras lentas dedicadas a las despedidas, reencuentros y muertes de sus personajes secundarios, que en rigor son todos los seres humanos contenidos en la pantalla; adicto a los escapes de videojuego donde autos –como en esta escena de la película-, aviones, personas y perros huyen de una masa destructiva que los trata de alcanzar; Emmerich vuelve a aprovechar ese único «talento» que parece tener para intentar manipular a una audiencia global quizás temerosa (del medioambiente, de los terremotos, tsunamis, del caos, de la desprotección de su gobierno, de la muerte al fin y al cabo) para darnos 190 minutos de escalofriantemente vulgar- por ratos inmoral- muy aburrido y vacío «entretenimiento», todo dentro de un supuestamente inofensivo parque de entretenciones.
«I think my favorite in this one is like the White House destruction,» he said. «I didn’t want to go there again, and [co-writer/producer] Harald [Kloser] pretty much convinced me that I have to. And then I was brooding for days and days and days, and then I kind of had the idea: … I’ve got JFK kind of coming back to the White House, which I thought was ironic.» – Rolan Emmerich
Con el mismo humor infantil con que nombró al personaje del Alcalde de Nueva York como Roger Ebert en «Godzilla» (enojado debido a una mala crítica anterior del famoso crítico de cine, muy maduro de su parte señor director) esta vez el desatino va por pretendernos distraernos con pequeños gags, dentro en una orgía visual superficial, del incontable número de muertes en pantalla, presentada en formato widescreen 2.35 : 1 y con sonido THX.
Emmerich se divierte, como siempre lo ha hecho, con sus golosinas visuales, como un metro lleno de pasajeros que cae al vacío, muy próxima a la avioneta tripulada por el protagonista y su familia; ver a pequeños hombres digitales sujetos desesperada e inútilmente a las losas de edificios que se parten y caen a grietas descomunales en la tierra, dos ancianas que manejan lentamente hacia un bloque de tierra que surge para aniquilarlas.
Sin ningún aporte real al género de desastres del cual este director es casi el único expositor contemporáneo junto al ya nombrado Bay (Emmerich debe haber disfrutado la década de los 70’s, con «Aeropuerto«, «Terremoto«, «Infierno en la torre«) y sin discurso con el cual sostener una película excesivamente larga, donde los personajes vomitan un diálogo ridículo e insultante contrastado ante la espera que se instala en el espectador para la siguiente «montaña rusa visual». Quizás la única idea que parece salir a flote es su manifiesta oposición – además de a un guión con un poco de sentido común- a la Iglesia Católica, con dos escenas: El Vaticano aplastando a sus creyentes y El Cristo del Corcovado en Brasil, desmoronándose en televisión.
«Well, I wanted to do that, I have to admit,» Emmerich says. «But my co-writer Harald said I will not have a fatwa on my head because of a movie. And he was right. … We have to all … in the Western world … think about this. You can actually … let … Christian symbols fall apart, but if you would do this with [an] Arab symbol, you would have … a fatwa, and that sounds a little bit like what the state of this world is. So it’s just something which I kind of didn’t [think] was [an] important element, anyway, in the film, so I kind of left it out.»
Es curioso que este cineasta, que ha construído su carrera en este género, parece por momentos ridiculizarlo estirando ese tono un tanto absurdo con el que intenta alivianar lo que se supone que debe, al mismo tiempo, impactar al espectador y hacerlo sentir miedo. Sin embargo, no puede existir suspenso si sólo somo tenemos a otros espectadores como protagonistas, que viven en un mundo paralelo donde es posible hacer un chiste mientras se esta colgando de una cuerda sobre el vacío, correr tan rápido como una avioneta en pleno despegue, dar un melodramático discurso a miles de personas sobre el valor de un novelista barato, en fin, son demasiados ejemplos. Como la insípida «Star Wars: El Episodio I» de George Lucas, otra película llena de personajes de cartón (algunos incluso no alcanzan ni para el papel más delgado) donde tampoco no hay un protagonista (¿quien lo es? ¿dos aburridos e inconsecuentes Jedis? ¿un niño que aparece a los 50 minutos de la película para pasear de un lado a otro?) y efectos visuales tan sorprendentes como olvidables, apenas se termina este sufrimiento.
Dos días después de ver este bodrio de film, vi con horror como una verdadera tragedia en Chile aparecía en un televisor a miles de kilómetros de ahí. Por lo demás, tengo la impresión que Emmerich no conoce CNN.