Seguramente los eruditos del cine ven como bazofia la expresión cinematográfica del “pop” que propone Tarantino, pues ellos son cineastas de salón, burgueses con suerte y validación social. Sus seguidores segundarios, como les llamo yo, a los que les gusta la acción y la sangre, también van a hacer una crítica negativa respecto a su último film. Pareciese que la perfección es regresar al minimalismo. Pero sería injusto pensar que esta última entrega es mediocre o una traición a la expectativa. Es de necio no reconocer las actuaciones de los personajes que reviven o emergen noblemente cada vez que Quentin hace una película. Y además ese esmero pulcro en la fotografía… ¡hermoso!, creo que esta vez le dio un énfasis especial a ese dulce y sublime aspecto pictórico que regocija al alma sensible.
Respecto de la trama, me surge en la elucubración la literatura que esta generando hoy en Chile Jorge Baradit, esa historia de los vencidos que tiene asidero en la realidad, que la vuelve más real que la historia oficial. Tarantino ocupa la historia de su nación para reivindicar a los malos que, como psicólogo y hombre de sentido, son los más buenos (en el fondo).
“The Hateful Eight” es una fiesta de imágenes y sensaciones que mantienen una constante tensión en el espectador inteligente. Decir que esta vez su guión fue predecible, creo sinceramente, es una opinión destructiva y envidiosa. Esta es la primera película que escapa a los tópicos literarios de la creación. Aquí todos eran malos, no había héroes, no había amor, no existía la ambivalencia que determina casi la totalidad de las producciones artísticas. A mí me pareció una sutil obra de arte, propia de un sujeto que es artista de cuna y no artista artificial millonario que hace su carrera basado en sus títulos.
La recomiendo para una tarde de domingo, con una cerveza y un pito.