Para todo director hay una película que se convierte en su despegue. Es ese éxito tan esperado, crítico o de público, o mejor aún, ambos. Esta película escrita por el recientemente fallecido Harold Ramis (a quien le deberemos por siempre su maravillosa “Groundhog Day” o el «Hechizo del Tiempo») es la culpable, quizás, de iniciar todo un género de inferiores películas con casas de fraternidad -¿habrá algo más gringo que una casa de fraternidad?- de batallas de nerds vs. bullyies en el campus, extrañas iniciaciones rituales universitarias, la búsqueda desenfrenada del sexo en los dormitorios de las chicas, bromas pesadas al decano y otros condimentos similares. Animal House no es solo el origen de este pequeño cosmos universitario cinematográfico sino que, además, es una comedia de excesos, algo picante, que su director y sus guionistas –todos ellos rodeando apenas los 30 años de edad- vienen a instalar contra un viejo Hollywood que está experimentando un recambio de gustos, géneros y directores detrás de la pantalla. Este recambio trajo resultados de taquilla más grandes que nunca: Animal House costó sólo 3 millones de dólares en realizarse y recaudó más de 140. Saquen la cuenta. Una cifra que representa, como bien saben, la regla de oro de la industria: es una más que suficiente demostración para que los estudios se plieguen a una nueva fórmula, una a la que años atrás jamás habrían dado luz verde.
Quien mejor para representar este cántico idiota y genial de una tropa de universitarios mediocres (todos ellos estudiantes de algo absolutamente irrelevante para el guión), buenos para divertirse y siempre dispuestos a enfrentarse a cualquier asomo de figura autoritaria, que el propio personaje “símbolo” de esta película: Bluto, parte indivisible de un actor llamado John Belushi. Bluto es realmente inclasificable, pero si tenemos que arriesgarnos, le llueven adjetivos como divertido, estúpido, insaciable, alcohólico, excesivo, enemigo iracundo de sensibles proto hipsters (Bluto le hace pedazos la guitarra a un maldito trovador en una fiesta) y, aunque no lo parezca, este loco del campus (¿pues, estudió algo Bluto?) es por dentro un hombre bonachón y fiel amigo.
Animal House, llena de gags ridículos, tiene además grandes descubrimientos en un casting donde todos saltarán a la fama (sin contar al entonces ya bien conocido John Belushi por su participación en SNL): Tom Hulce (futuro «Amadeus»), Kevin Bacon (¡en su primera película!), la bella Karen Allen (la futura «Marion» de Los Cazadores del Arca Perdida), entre otros. Aunque hoy la película sufre por los innumerables plagios y mediocres imitaciones posteriores –que nos dan la sensación de estar viendo algo conocido- vale la pena darse una vuelta por el primer largometraje de Landis que le permitiría, al fin, acercarse a los grandes presupuestos. Gracias a Animal House es que nos regalaría después una película llena de blues, soul, autos voladores y decenas de patrulleros colisionando en Chicago, una película en la cual John Belushi daría vida a Jake Blues, uno de los dos «Blues Brothers». Sólo por esto, Animal House ya ha pagado todos sus pecados.