Un amor (2023) es la última película de la directora española Isabel Coixet, basada en la novela homónima de Sara Mesa. Natalia una joven traductora e interprete, luego de trabajar mucho tiempo en una oficina de mediación en un comité para la admisión de refugiados y después de escuchar centenares de testimonios traumáticos de migrantes africanos de países en guerra, decide dar un vuelco radical y se marcha a vivir a un pequeño pueblo –La Escapa en la España profunda- alejado de todo, para continuar con sus trabajos de traducción escrita y con su pequeño sueldo logra arrendar una casa en lamentables condiciones.
En un primer momento el filme nos muestra la dinámica social del pequeño poblado, en donde todos se conocen, hay casas de veraneo con dueños que van y vienen según los fines de semana y feriados disponibles, gente retirada y algunos residentes. Nat, interpretada por Laia Costa, se la ve en interacción con los lugareños que rápidamente se dan cuenta que ella no es de aquel sitio, mientras en paralelo trata de domesticar su casa en ruinas junto a su nueva mascota, un quiltro con evidentes marcas de maltrato regalado por su irritante casero.
Por momentos ajena y cada cierto tiempo recordando los desgarradores relatos de los migrantes, la traductora trata de seguir haciendo su vida, trabajar en sus textos y comenzar una relación con su perro al que llamo Sieso, palabra que en España significa antipático. Uno de sus vecinos Peter, un guapo y presuntuoso artista de los vitrales, comienza un tipo de cortejo algo sobreactuado que Nat trata de evadir. Pero todo se complica cuando empiezan los aguaceros, su casa es un verdadero colador. Una noche el morador más extraño del pueblo, al que llaman simplemente el Alemán-interpretado por el actor libanés Hovik Keuchkerian-, que le regaló unas verduras y le comentó que el problema de su techo era severo, se presenta en su casa. El mensaje es muy sencillo; arreglarle las goteras a cambio de sexo.
Observamos que Nat primero se niega, mientras las lluvias arrecian y las filtraciones se vuelven insoportables. Hasta que una noche llega a la casa de Andreas y el pacto se concreta. Notable es la escena de la despersonalización de la chica que mira todo ese acto sexual crudo sentada desde un sillón. El Alemán se presenta al otro día para cumplir con su parte del trato, el goteo queda subsanado pero la transacción abre un portal en la corporalidad de Nat desestabilizando no solo su mundo interior sino también la relación con sus vecinos.
En Un amor vemos la dislocación del deseo, lo irrefrenable e irracional que se torna cuando entra en escena y lo que parece improbable, extraño e inapropiado se vuelve posible, colisiona y suspende el juicio de cada uno de los personajes. El espectador desde un primer momento sabe que lo que ocurra en esa aldea será algo tórrido y sombrío, habida cuenta de la fotografía en tonos oscuros, azules, verdes y grises. Los paisajes pedregosos de muchos riscos y hierba nos recuerdan la agreste e indómita vegetación de Cumbres Borrascosas.
En la vinculación de Nat y el Alemán siempre ronda la precariedad emocional, el desconocimiento y la desconsideración, que se compensa con una intimidad sexual orgánica y salvaje. La impronta del afán carnal hará que la mujer tenga actitudes inmaduras que colindan con los celos como espiar la casa del amante. Si bien el caserío se muestra amable en unos primeros momentos dentro de la película, cuando Andreas y la traductora comienzan más regularmente a verse los mecanismos de control social y el chisme comienzan a acosar principalmente a la afuerina. Tensión que se acrecienta cuando la mascota de la joven ataca a una chiquita del pueblo.
El símbolo de Sieso, el perro mestizo con cicatrices, no deja de ser interesante, puesto que nos enteramos que es un can hermafrodita, de esta forma hay una ambigüedad en su lectura. Podría entenderse como un correlato objetivo de la vida de Nat completamente desgastada por su vida laboral, con poca capacidad de sociabilizar y sintiéndose foránea en ese villorrio, pero conforme pasa el metraje también es posible que sea leído como Andreas y sus marcas son las heridas vitales de la migración. De madre armenia vivió parte de su vida en Alemania observando y habitando cada uno de los padecimientos económicos y sociales de su progenitora por esta condición.
Isabel Coixet con una maestría de más de 36 años dentro del oficio cinematográfico despliega esta pequeña y áspera historia rural en donde el sexo y el deseo, entendidos como fuerzas arrolladoras, son motores fundamentales y movilizadores que transforman todo lo que hay a su alrededor incluso la vida misma de los personajes.
* Esta crítica fue publicada originalmente en OmnivoraCultural, el blog de su autora que te invitamos a visitar.