En 1998 Héctor Soto señaló de Caluga o menta: “[la] realización funcionaba bien como indagación en las disociaciones del Lumpen.”[1] Y es posible ver esa intención de Justiniano dentro del filme. Al iniciar la película se deja ver una leyenda de letras blancas sobre fondo negro que en la actualidad genera una fuerte impresión: “a fines de los años ’80 uno de cada tres jóvenes chilenos entraba en la categoría de lo que comúnmente llamamos marginales.” Con esta premisa casi sociológica se inaugura el relato del filme.
Sin embargo nos parece necesario puntualizar aquí qué tipo de marginalidad juvenil estaba siendo representada, era la juventud de la periferia en las postrimerías de la dictadura. En barrios alojados en los extramuros del gran Santiago, golpeados por las crisis economías y la violencia policial. Así empieza la película con un plano general en un peladero, allegado a unos blocks sociales, todo en tonos café se ve a cuatro amigos entre ruedas de camión, sillones desvencijados y sillas de playa viejas. Nos parece un paisaje lunar, la arena nos hace recordar a un planeta fuera de la tierra; unos duermen al sol otro inhalan neopren en una bolsa, atrapados en un especie de loop temporal.
La historia es la del joven Niki (Mauricio Vega) y la de su grupo de amigos que viven en la población Santa Olga en Lo Espejo. Ahí transitan sus días entre el peladero, fumar mariguana o aspirar pastillas, tratar de divertirse en las noches y cometiendo delitos menores para conseguir dinero. El personaje de Niki podríamos decir que habita en el límite de esa marginalidad puesto que comparte esas vivencias de sus amigos, pero también trabaja de mecánico en un taller.
Uno de los amigos más cercanos a Niki es Nacho, actuado por un joven Aldo Parodi y es el organizador de las actividades ilícitas que vemos se desarrollan dentro de la película. Robos dentro de casas y traficar con algún tipo de droga. Nacho también tiene una relación homosexual con un pintor mayor, no queda claro si es a cambio de dinero o de víveres. El fin violento de Nacho percibimos que está a la vuelta de la esquina.
Hay un dialogo muy irónico entre los cuatro jóvenes y unas autoridades que deciden ir al peladero donde están porque van poner áreas verdes alrededor de los blocks. La autoridad promete ayuda comunal, pero los cuatro amigos descreen de esa parafernalia democrática, intuyen que los vienen a visitar porque quieren algo de ellos, posiblemente el voto en las futuras elecciones.
Si bien el filme en algunos aspectos se ha sostenido de manera bastante digna, nos parece que en la construcción de personajes femeninos quedo al debe y el paso del tiempo sólo acrecienta esa deficiencia. A nuestro entender el personaje femenino mejor logrado y más verosímil es el de la madre de Niki interpretado magistralmente por Myriam Palacios. Se la puede ver orbitando siempre desde la cocina, las manos en el agua o preparando algún alimento, tratando de darle consejos de supervivencia a su hijo:
“yo te he dicho otras veces, si vienen esos hueones a ofrecernos algo tenemos que decir que sí, […], si nos ofrecen pasto, pasto queremos, bicicleta, bicicleta le queremos, citroneta, citroneta le queremos, ni hueones que fuéramos.”
La escena de Niki rompiendo su relación con La negra se ve bastante agresiva bajo el prisma actual de sensibilidad feminista, pero queda como buen dato documental de la representación de la violencia contra la mujer en esa época.
Justiniano trató la historia del joven mecánico y sus amigos como un relato atemporal, con cierto carácter mítico o de fábula, sin embargo 30 años después se ve mucho más clara la alegoría de la nueva entrada a la década de los 90. En la escena final vemos al personaje principal de terno y con un maletín negro, con una gran cantidad de metálico conseguido en su último tráfico de mariguana, bajándose del auto en donde agoniza mortalmente de un balazo Manuela, su última pareja, para caminar por una carretera perdida del norte de Chile, en búsqueda de un auto que lo saque de allí. Nos parece que es una escena que inaugura al nuevo hombre chileno de los 90, ese que finalmente quiere con la ayuda del dinero conseguir el éxito y salvarse solo, alejándose así de sus afectos y su comunidad.
[1] Héctor Soto, Una vida critica. 40 años de cinefilia (Santiago: Epicentro Aguilar, 2007), p315.
* Esta crítica fue publicada originalmente en OmnivoraCultural, el blog de su autora que te invitamos a visitar.
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