Ferrari

Siempre es un evento el poder ir al cine a ver una película de uno de tus autores favoritos. Aunque el tema principal, el actor y el resultado final de la película no logren conectar contigo, esta obra es ahora parte del trabajo completo de este autor que sigues hace tanto tiempo y las conexiones entre esta película y las anteriores son inevitables en tu cabeza. Como le decía a alguien que me preguntaba por qué iba a ir al cine a ver esta película, si no me tincaba tanto: uno escucha todos los discos de tu banda favorita, no te saltas los que la crítica no valora tanto o si la portada no te atrae: te formas tu propia opinión y completas el rompecabezas, sólo para ti.

Ferrari (2023) es el último trabajo de Michael Mann, director de esa obra maestra que es «Fuego contra Fuego» (Heat, 1995), la épica y romántica «El Último de los Mohicanos» (The Last of the Mohicans, 1992), la mejor película de James Caan «Ladrón» (Thief, 1981), ese monumento a la dirección que es «El Informante» (The Insider, 1999), la muy emocionante «Ali» (Ali, 2001) y la tensa «Colateral» (Collateral, 2004), con un canoso Tom Cruise como el lobo de una ciudad implacable. Cinco películas imprescindibles para entender a Mann, un director que lleva décadas retratando hombres complejos, obsesivos muchos de ellos, comprometidos con su causa hasta la última de las consecuencias; que defienden sus pasiones con una mezcla de planificación, inteligencia, impulsividad y violencia. Películas sobre el mundo masculino, con todas sus grandes faltas y aciertos, hombres de amores truncados y familias destrozadas, obsesionados con su trabajo o su causa, que valoran sus vínculos con otros hombres y las ciudades en las que se desenvuelven.

Centrada en 1957, la película transcurre en un año crítico para la empresa Ferrari, dividida entre la fabricación de autos de lujo y la fascinación por las carreras de su fundador. La empresa se encuentra al borde de la quiebra no sólo económica, sino también personal, ya que los dos socios de la empresa son el hombre que le da su apellido y su esposa, la encargada de manejar el dinero de la compañía. Su matrimonio está devastado por la muerte de su hijo un año atrás y las continuas infidelidades del esposo durante muchos años. «Vendo autos para poder correr carreras» dice su protagonista, Enzo Ferrari, interpretado por Adam Driver, con una prótesis de cabello cano y amplia frente que en algunos primeros planos está desastrosamente realizada (se ve claramente la unión entre la piel del actor y el injerto), especialmente en unas secuencias iniciales de la película. Obstinado, críptico, calculador, talentoso en su oficio pero defectuoso en sus relaciones personales, como varios de los hombres protagonistas de las películas de Mann, las mejores secuencias de la película son aquellas donde seguimos no a esta muralla de hielo que es Ferrari (el mismo se describe como alguien que puso un muro frente a sus emociones en una secuencia donde explica por qué es tan frío) sino que cuando vemos a Laura, su inteligente, impredecible, valiente y herida esposa. Interpretada perfectamente por Penélope Cruz, se roba la película cada vez que aparece. Uno inmediatamente quiere saber qué es lo que trama, cómo va a reaccionar ante los últimos actos de Ferrari y que va a hacer frente a un episodio fundamental que ocurre pasada la mitad del largometraje.

Adam Driver como Enzo Ferrari
Penélope Cruz como Laura, en otra de sus grandes actuaciones.
Patrick Dempsey como Piero Taruffi, uno de los corredores que brevemente conoceremos

Por otro lado, están los pilotos de carrera. Mann hace un retrato muy superficial de su fugaz vida al volante, hombres temerarios en un oficio letal, donde la sobrevivencia en este deporte, debido a la nula protección de los vehículos hacia sus pilotos en esta época, las fallas mecánicas constantes y las carreras realizadas en espacios muy poco aptos, era de solo un 50% después de unos pocos años. Brutal. El centro de esta parte del retrato es Alfonso de Portago (Gabriel Leone), el entusiasta nuevo piloto de carreras que llega a la escudería Ferrari justo al inicio de este año crítico. De Portago y el resto de pilotos deben vencer una carrera fundamental para que Ferrari, y todos a quienes la empresa da trabajo, no desaparezca. Aquí Mann -y el guión- falla catastróficamente al no hacer un mejor trabajo de desarrollo con este personaje en particular, que no sólo representa esta idealización de los pilotos por el público, el amor intenso del pueblo con figuras connotadas de la época y la forma en que son representados como héroes nacionales y grandes figuras por la prensa; sino que es también fundamental para la película en su último tercio y la emoción que puede dejar en el espectador.

Hace poco más de un año reflexionaba sobre las películas «biopic«, películas sobre la vida y obra de un artista o personaje de la vida real en un video sobre «Blonde», arriesgada película de Andrew Dominic producida por Netflix y basada en una novela ficticia sobre la vida de Marilyn Monroe. Creo que Mann cae en algunas de las trampas de las películas biopic que siguen plantillas, que por tratar de reproducir una cadena de hechos en una línea de tiempo (de forma más o menos fiel), olvidan que el espectador no sólo está en el cine para un relato histórico de estos eventos que rodean al personaje que da el título al film, o para ver que acciones realizó y que sintió al respecto. No, el espectador -o al menos quien escribe- queda más satisfecho cuando sale del cine con un tema de fondo que esté por detrás de estos eventos y sea el centro emocional de la historia. Sólo así una biopic es más que un perfil de wikipedia y puede alcanzar nuevas alturas. Como decía en ese video, «Ali», del mismo director, era un gran ejemplo. Es, por un lado, el retrato de un hombre de por sí fascinante y vaya que ayuda también tener un personaje que pueda expresar sus emociones y no sólo en tres brevísimas escenas en toda la película, como ocurre en Ferrari. Por otro, en «Ali» Mann sabe que el tema de fondo no es realmente el boxeo y los hechos de la vida de Ali, sino que más bien lo que el boxeador representaba para personas con el mismo color de piel que el suyo y las diferentes batallas que están dando. Ali como símbolo. Por eso el final de esa película es tan inolvidable y emocionante. En Ferrari, Mann se distrae con estos atractivos juguetes con ruedas, de intenso color rojo y para niños grandes (niños con mucho ego y muchísimo dinero); se distrae con los hermosos planos cámara en mano arriba de réplicas de autos de la época, se pierde con imágenes espectaculares de drone volando sobre carreteras italianas cerca de Módena y se olvida de darle mayor potencia a lo que ocurre detrás de este mundo veloz, letal y en el fondo inexplicablemente adictivo. Se olvida de emocionarnos con el impacto que nos tiene reservados para el final. Este queda, lamentablemente, sólo como un efecto momentáneo y tan fugaz como las mismas carreras. Una película muy menor del maestro.

 

Ferrari
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