Es un privilegio poder presenciar en el cine la obra cúlmine de un maestro contador de historias. Vivimos en la era de las últimas películas que podremos ver de Martin Scorsese, Steven Spielberg, George Miller, Clint Eastwood, Brian de Palma y Francis Ford Coppola. La mortalidad alcanza a todos y los directores que nos maravillaron con su cine durante varias décadas, tienen hoy entre 80 y 90 años de edad. Muy activos -incluso De Palma que aunque desde el año 2019 no le vemos un largometraje, está actualmente preparando dos- están dejando su última impronta en la pantalla, una muy posible última película en su legado. Coppola, el gran apostador de siempre, que ha perdido tantas veces como ha ganado, incluso ha puesto parte de su capital personal para poder quitarse «Megalópolis» de la lista de sus pendientes: un sueño febril que parece no dejarle dormir. El director y animador Hayao Miyazaki, a sus 83 años, es uno de estos maestros que nos regalan una, muy probablemente, última película.
Miyazaki se había retirado hace una década, en 2013. Sin embargo, pocos años después, alrededor del 2016, una historia más personal se convirtió en la razón de su regreso. El niño y la garza (Kimitachi wa Dō Ikiru ka, que puede traducirse de forma más literal a «¿Cómo vives?»), basada en la novela homónima de Yoshino Genzaburō es, simplemente, un lujo de inicio a fin.
La película cuenta una historia que se le hará muy familiar al espectador que ha visto algo del cine de este director: un niño se va a vivir a un espacio natural, un lugar más alejado de la ciudad y descubre un mundo mágico paralelo a la realidad, en el cual nos va a introducir. Mahito, el niño protagonista de “El niño y la garza” (2023) se va a vivir al campo con su padre luego de la muerte de su madre. Pero Mahito no existe sin Satsuki y Mei, las dos niñas que se van a vivir con su padre al campo mientras su madre está alejada y enferma en un hospital, al borde de la muerte, en “Mi Vecino Totoro” (1988). La perfección puede encontrarse en pulir una historia que ya has contado antes, pero en otras formas. La repetición como arte. Como en esta última película y también en “El Viaje de Chihiro” (2001), hay un mundo mágico que se oculta en el bosque. Hay algo que los adultos no pueden ver pero que los niños con su sensibilidad despierta pueden ver en el misterio de la naturaleza. Animales fantásticos, edificios imposibles y aventuras que Miyazaki siempre logra incluir en sus historias: como niños, nos permite volver a esa infancia, sentarnos a escuchar un nuevo cuento y estar dispuestos a romper algunas reglas.
En esta nueva película Miyazaki explora en mayor profundidad el cruce entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, desde la posibilidad que da el tiempo como un elemento maleable. Es, también, el cruce entre entrar despierto y los sueños que Miyazaki nos hace vivir junto al protagonista. Mahito sigue una garza, su tramposa guía, a un universo donde el tiempo se distorsiona, donde es capaz de reconocer a personajes de su vida en otras edades y también vislumbrar el precario equilibrio que sostiene todos estos universos posibles. Su madre ha muerto, pero quizás, hay otra oportunidad de conocer, compartir y aceptar a la madre fallecida y simultáneamente vivir con una nueva madre.
El universo de este realizador, nominado al Oscar este año -el cual ha ganado en dos oportunidades anteriores, uno por “El viaje de Chihiro” y otro honorífico a su obra- es uno que vale la pena conocer no sólo para quienes gustan de la animación sino que para quienes gustan del cine. Punto. “El niño y la garza” existe para quienes quieren volver a sentir esa emoción y sorpresa que solo las grandes películas nos regalan.