Puñeta

Al sol de hoy, el cuerpo de trabajo del cineasta puertorriqueño José Morales parece decidido en atrapar a toda costa el complejo sentido de la puertorriqueñidad. Tanto así, esa fijación hecha práctica termina siendo hasta cierta medida una especie de evocación espiritual. Y es que Morales opera partiendo de y enfatizando la espontaneidad en cualquier interacción, sea delante o detrás de la cámara. Sus obras –que pueden ser condensadas como documentales experimentales no budget– continuamente alcanzan la yugular del pastiche existencial insular porque los medios nunca cesan de justificar el contexto y la intención. Filmes como Pogreso (2006), El cuatrenio en un día (2012) y Fecha real (2015) siguen un hilo conductor común en la disección de condición de tintes tragicómicos obstinados a ser encasillados por sus propias particularidades. Su segundo largometraje, Puñeta (2015); no es la excepción a ese patrón, aunque cabe destacar forja un nuevo derrotero en cuestiones de estilo. Se trata de un proyecto ambicioso que busca fusionar abarcadores subtextos (el lenguaje, la sexualidad, la violencia, la memoria, los sueños y la realidad) en una inconfundible cubierta de arroz con habichuelas.


Desde la primera secuencia queda expuesta la espina dorsal de este filme en la forma de la vulnerabilidad. Una vulnerabilidad a la que se somete el propio Morales con el fin de equilibrar su uso como medio para examinar sujetos partiendo de la inmediatez social y sicológica. También se evidencia con relativa rapidez una pronunciada sugestión poética tanto en sentido literal y figurativo. De hecho, para destilar la tonalidad de Puñeta basta con tildarle bajo el sello de “realismo mágico”. Una frase tomada de la profesora María Caballero cuando en su compendio de ensayos sobre la literatura puertorriqueña titulado Ficciones isleñas, se refiere a las inclinaciones creativas de la generación del 70. Frase a la que consecuentemente define en: “la nueva actitud del narrador ante su materia, a la que se accede con un humor entre lírico y grotesco” y “la irrupción de los moldes dialectales del habla urbana” (P.132).

Palabras irónicas considerándolas en plano comparativo porque de igual manera podrían utilizarse para describir a Puñeta. Sin embargo, el asunto puede llevarse todavía más allá. A raíz de tal observación es posible inferir una correlación entre el nuevo aliento documentalista experimental puertorriqueño al que pertenece Morales junto a diversos proponentes como Beatriz Santiago Muñoz, Eyerí Cruzó y Gonzalo Fernández con la generación literaria del 70 de Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré, Magali García Ramis o Manuel Ramos Otero; entre otros. Por ejemplo, en la introducción de su libro Apalabramiento, el profesor Efraín Barradas establece que los autores del 70 resaltan elementos como la “fascinación por lo histórico entendido en términos estéticos”, “una identificación…con el proletariado puertorriqueño”, un “lenguaje de las clases económicamente bajas como base para la creación de una lengua literaria propia” y “la presentación indirecta de la decadencia de la clase media” (P.27). Características ciertamente palpables en Puñeta como algunos trabajos de la clase documentalista aludida.

No obstante, es en el empeño por una destrucción/reconstrucción de lenguaje donde ambos grupos encontraron eje. Intentando trazar el núcleo de dicha sustancia, cito unas líneas de la fenecida historiadora literaria Josefina Rivera de Álvarez sobre el boom del relato hispanoamericano para su ensayo La Literatura Puertorriqueña en Historia y Cultura de Puerto Rico (P. 254):

En su anhelo de redescubrir su propio idioma, habrán de apoyarse estos noveles autores en el barroco, en el surrealismo, en el simbolismo, en el existencialismo, dotando su decir de mayor sentido auténtico, de mayor actualidad. En segundo término, se producirá entre ellos una voluntad de ruptura con la forma lineal de la narrativa y en tercer lugar, ponen en vigor el uso de la fantasía, del mito, de la parodia, del humor, de la música, pero sobre todo impresiona la actitud que asumen estos relatores ante el fenómeno del hecho narrado y ante su expresión, ante el humor que oscila entre lo lírico y lo ridículo y extravagante y la capacidad de decir de un lenguaje del relato atento a los giros de la comunicación dialectal.

Así se produjo una sistematización de testimonios encadenados por un anhelo a ser lo más vivo posible. Siempre bajo los cimientos de una predilección socio-histórica. Aprovechando modos desde el refinamiento poético al vulgarismo para profundizar la interioridad borincana.

Sin duda Puñeta forma parte de ese compendio. Pero además, constituye su evolución en el cine subterráneo puertorriqueño. Al emitir ideas que cuestionan hacia la incomodidad, consigue descender los niveles habituales de las piezas personales. En ocasiones resulta una película algo extraña, mas ello viene por causa de su exaltación subconsciente. Un precepto que prevalece y se extiende. Entonces nos mantiene anclados a la merced de los pensamientos para quebrantar cualquier noción de respuesta. Ahí radica su triunfo. Porque pensar y pensar cine es vivir y querer vivir con la mayor intensidad posible.

 

 

Bibliografía:

– Caballero, María. 1999. Ficciones isleñas: estudios sobre la literatura de Puerto Rico Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Primera edición.

– Barradas, Efraín. 1983. Apalabramiento: cuentos puertorriqueños de hoy. Hanover, Ed. del Norte.

– Rivera de Álvarez, Josefina. 1999. Historia y Cultura de Puerto Rico: desde la época precolombina hasta nuestros días. La Literatura Puertorriqueña: Sinopsis del quehacer literario desde el siglo XIX hasta 1930. Fundación Francisco Carvajal, Ediciones Puerto.

 

Documental: