Uno de los temas que más debate ha generado en los últimos años es la elección del idioma al momento de ver una película. Los más puristas y cinéfilos seguramente decidirán verla en su idioma original, mientras que los menos exigentes podrán disfrutarla en versión doblada sin ningún problema. Indudablemente cada uno aporta sus ventajas y desventajas pero, ¿hasta qué punto puede realmente afectar esta elección a una obra de arte tan compleja como lo es el cine?
La apreciación de una obra en todo su esplendor, guarda cierta relación con la no alteración de cada uno de los elementos que la componen. Hablamos de su total originalidad. De su nacimiento y presentación ante el mundo tal cual como su creador deseaba que fuera vista. El cine no es una práctica que escape a esta condición.
Uno de los argumentos más usados por quienes defienden ver una película doblada, es el hecho de poder apreciar mejor todo lo que ocurre en pantalla por no tener que leer los subtítulos. Si bien es cierto que con los subtítulos no siempre se obtienen las mejores traducciones, la mutilación que se le realiza a la obra es ínfima en comparación a sustituir la voz de los actores originales por actores de doblaje. En este punto no cabe la comparación con las películas animadas para niños. Este género en particular, justifica totalmente el uso del doblaje para otorgar una mejor comprensión de la película a los más pequeños. Teniendo en cuenta que con el uso de las nuevas tecnologías la velocidad de lectura que tienen muchos niños en la actualidad es bastante sorprendente.
Un hecho que no deja de llamar la atención es ver como las salas de cines donde se proyectan películas dobladas pueden agotar sus funciones mucho más rápido que aquellas que presentan las versiones subtituladas. Y muchas de esas cintas son películas para adultos contemporáneos, no cine para niños. Este fenómeno ha sido argumentado con distintas tesis. Pero la que cobra mayor importancia es la que plasma un suceso conocido por todos: los jóvenes en la actualidad no les gusta leer.
Y puede parecer contradictorio afirmar semejante hipótesis en pleno siglo XXI donde las nuevas tecnologías involucran a los usuarios a tener que leer grandes cantidades de textos. El uso masivo de internet y los teléfonos celulares es un fiel reflejo de este acontecimiento. En épocas anteriores solo se tenía acceso a libros, o quizás a alguna historieta para los más jóvenes, pero ninguna de estas actividades era tan omnipresente como el internet hoy en día. El ritmo de lectura y escritura que manejan los jóvenes en la actualidad a través de un chat es vertiginoso. Y son esos mismos jóvenes quienes en su mayoría, no quieren asistir al cine a leer subtítulos. La respuesta podría estar en los nocivos hábitos de lectura que manejan muchas personas, lo cual les impide procesar y comprender rápidamente un texto para luego trasladar su mirada a una imagen.
¿Podría ser la televisión otra de las grandes culpables de este fenómeno? La respuesta pareciera ser afirmativa, si miramos como muchas personas han crecido viendo televisión y series populares dobladas al español durante todo el transcurso de su vida. En años anteriores las cableoperadoras no ofrecían la famosa opción de programa de audio secundario o SAP, por sus siglas en inglés. La mayoría de la parrilla televisiva eran producciones dobladas al español. Hoy en día el panorama luce distinto y ya son varios los canales que ofrecen esta maravillosa alternativa.
Al intentar sumergirnos en los beneficios que conlleva ver una cinta en ambas versiones, es necesario profundizar en lo que aporta y lo que quita cada una de ellas. En primer lugar, el cine es un arte en el que cada uno de los detalles esta cuidado al máximo con el fin de ofrecer una experiencia similar a la que Ricciotto Canudo denominaba “artes plásticas en movimiento”. Esto significa en la mayoría de los casos ser fiel a la realidad de lo que se está viendo o en el caso de este tema en particular; escuchando. Al momento de despojar a un actor de su voz para que esta sea suplantada por la de otro, le estamos robando un trozo de su alma. Bajo ninguna circunstancia por más que la mayoría quiera pretender lo contario, un actor de doblaje podrá transmitir desde una cabina con un micrófono lo que vive y experimenta un actor en un set de rodaje. El día que esto suceda el cine morirá.
Y con esta aserción no se pretende menospreciar el trabajo de quien lleva a cabo los doblajes. Es solamente reconocer que este tipo de “actuaciones” son más propias de otros géneros en donde el actor le da vida y voz a un personaje que no la tiene; se convierte en su esencia y espíritu. Un gran ejemplo de esto sería el cine animado. El dibujo nace pero no tiene voz. No la reconocemos de ningún otro momento. Allí es donde el actor de doblaje le regala su voz para traerlo a la vida.
¿Por qué es importante la voz de un actor? Cualquier director de teatro o de casting seguramente respondería que la voz; es el alma del actor. El actor es un cuerpo vacío sin ella. En un set de rodaje se manejan emociones y energías únicas que el actor plasma por medio de su actuación, lo cual incluye su voz como principal elemento de expresión junto a la mirada y el lenguaje corporal. Un buen director siempre sabrá cómo sacar el máximo potencial a sus actores. Los tiempos, ritmos, entonación, matiz vocal, dicción, articulación, timbre, tono e intensidad son un conjunto de elementos que le permiten al actor expresarse y transmitir un mensaje. Suplantar todo este titánico trabajo con la imposición de otra voz, es cercenar, en un porcentaje muy elevado cualquier tipo de actuación. Incluso el actor de doblaje puede hacer un magnífico trabajo “representando “toda esta serie de emociones, pero no sería al actor real a quien estaríamos viendo, en su lugar; tendríamos un engendro entre una voz y un cuerpo que no se corresponden. Sería como editar o censurar digitalmente algún cuadro de Rubens por considerarlo violento. En ambos casos se estaría manipulando la pieza original, perjudicando de esta manera la verdadera intención artística y expresiva de su creador.
Los detalles que se pierden al leer subtítulos son en su mayoría pequeños en comparación a lo que se pierde quitándole al actor su verdadera voz. Es innegable el hecho de que el cine es un arte en su mayoría visual y que la voz y el sonido vinieron para complementarlo en su intención de ser lo más cercano posible a la realidad. ¿Al momento de suprimir la voz de sus protagonistas, no se está alterando esa realidad? Pareciera sonar exagerada la premisa. Pero el darnos cuenta de que existe una manipulación de la obra original puede resultar bastante irritante y más aún cuando los doblaje son de pésima calidad. ¿Existe algo peor que ver una película donde Clint Eastwood tenga acento mexicano? ¿O un clásico de Greta Garbo donde su voz sea la de una mujer con acento latino neutro? Seguramente muchos aceptarían eso con tal de no tener que leer y mirar rápidamente a la pantalla al mismo tiempo para no perderse la acción. Eso hace pensar que el problema es principalmente de lectura.
Leer y perderse parte de lo que acontece en la pantalla por la velocidad a la cual transcurre la acción podría ser solamente valido en el género de películas de acción. En este tipo de cintas el montaje es muy rápido y violento y el tener que leer y mirar lo que ocurre al mismo tiempo puede ser una actividad muy desgastante a nivel mental para muchos. En los demás géneros tener un ritmo de lectura promedio debería ser suficiente para comprender una película en su totalidad sin tener que perderse a nivel visual detalles importantes.
Si miramos la manera en como las demás artes han usado la traducción como manera de expansión universal encontramos la diferencia que estas presentan en relación al cine. No dejamos de apreciar o de entender una obra de Tolstoi por leerla en castellano. En este caso la traducción trata de acercarse lo más posible a lo dicho por el escritor incluso cuando en esa traducción se pierden matices a veces importantes, otras veces no tanto. Quien haya leído un libro en inglés y luego su versión en español entenderá perfectamente la relación. ¿Se podría decir que la traducción afecta más a las obras donde los personajes que las interpretan son reales? Y con reales se hace referencia a los personajes que son de carne y hueso como los actores de teatro, de cine, los cantantes de ópera. En estos casos sabemos que existen y que tienen una voz e identidad propia que los hace ser únicos. Un personaje de una obra literaria puede tener la voz que le queramos dar en nuestra mente. ¿Cuánto perdería una ópera de Puccini si es traducida al castellano? Seguramente el cambio la devastaría en esencia y forma.
Al momento de elegir siempre se perderá más con el doblaje. Otro elemento de gran importancia es la manera en como el idioma hace el contexto. Si vemos una película que transcurre en Japón con actores japoneses doblada al español, ¿Cuánto se está descontextualizando toda la obra con el doblaje? ¿O una película francesa doblada en acento gallego?
La traducción de los subtítulos también falla en ocasiones estrepitosamente. Quien maneje el idioma original, puede darse cuenta que en muchos casos las traducciones son nefastas. A veces un rico texto es resumido en los caracteres que permite el cuadro de dialogo en la pantalla.
De igual manera no se canibaliza tanto a la película, ni se arremete en contra de la obra como arte total, con los subtítulos. Otro aspecto no menos importante es uno referente a la calidad técnica. En las películas dobladas la calidad de sonido disminuye significativamente. Tanto la música como los efectos de sonido se “tapan” considerablemente cuando le graban encima las voces del doblaje.
Puede ser atrevido afirmar que la verdadera razón de doblar las películas es comercial. A nivel artístico es difícil no darse cuenta de todo lo que se pierde.
Un punto interesante es la manera en como el doblaje es la norma en muchos otros países. En Italia por citar un ejemplo el doblaje se realiza en casi la totalidad de las películas que se presentan. Y los actores que se encargan de realizar los doblajes son tan famosos como las propias estrellas de cine. En España también es común ver las películas en su mayoría dobladas.
Lo que hace pensar que dentro de lo posible, una película debe ser vista en su idioma original, es el punto de nacimiento desde donde arranca el cine en sus inicios. Un comienzo totalmente teatral y literario. En donde la fidelidad al idioma original aporta una carga dramática de la cual es difícil prescindir, por el peso y contenido que aportan.
La elección tendrá que ver con los gustos. Algunos tendrán preferencia por no perderse ni un solo detalle a nivel visual con tal de no tener que leer. Y otros preferirán perder ese pequeño porcentaje de visionado con el fin de que la obra sea conservada en su estado original.
La reflexión apunta de igual manera a un grave problema de lectura presente en los espectadores. Muchos pueden leer rápido, pero eso no significa que comprendan y asimilen todo lo que están leyendo. Y resulta un camino más fácil, decidir dejar de leer los subtítulos y ver la película doblada que intentar mejorar el nivel de comprensión lectora por medio de la práctica constante de la lectura. No es una coincidencia que muchas de las personas que prefieran ver cine doblado tengan pobres hábitos de lectura. Por no decir que en muchos sea inexistente esta práctica.
Borges (1945), manifestó lo siguiente:
El arte de combinar no es infinito, pero suele ser espantoso. Los griegos engendraron la quimera, un monstruo con tres cabezas (una de león, otra de dragón, otra de cabra). Los teólogos inventaron la Trinidad, en la que conviven Padre, Hijo y Espíritu. Y ahora la cinematografía acaba de enriquecer ese vano museo con “el doblaje”, un artificio maligno que combina las facciones de Greta Garbo con la voz de cualquier dulcinea española. ¿Cómo no quejarnos ante ese prodigio penoso, ante esas anomalías fonético-visuales?
Quienes defienden el doblaje razonarán que lo mismo se le puede objetar a cualquier otro ejemplo de traducción. Ese argumento desconoce, o elude, el defecto central: el injerto arbitrario de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Katharine Hepburn no es intrascendente; es, para el mundo, uno de los atributos que la definen.
Ni siquiera la mímica del inglés es igual a la del español. Entonces, ya que hay usurpación de voces, ¿por qué no también de figuras? ¿Cuándo será perfecto el sistema? ¿Cuándo veremos directamente a una tal Juana González en el papel de Greta Garbo en “Queen Christine”?
Oigo decir que el doblaje gusta en ciertas regiones. Se trata de un simple argumento de autoridad; yo, por lo menos, no me dejaré intimidar. También oigo decir que el doblaje es útil, o tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; sin embargo, yo no me resignaría a ver el film “Alexander Nevsky” (de Eisenstein) en otro idioma que el original. Peor que el doblaje, peor que la sustitución, es la conciencia general de la sustitución, del engaño.
No hay partidario del doblaje que no acabe por invocar la ley de las causas y los efectos. Juran que el doblaje es fruto de una evolución necesaria y que pronto sólo se podrá elegir entre ver películas dobladas y no ver películas. “Las visitas guiadas son el arte de la decepción”, dejó anotado Stevenson; esa definición le cabe también al cine. (p. 283-4)
Y precisamente esas anomalías fonético – visuales a las que Borges hacía referencia son las que más desagrado causan al momento de ver una película doblada. La dicotomía que genera la decisión de ver una película en su idioma original o doblada se divide entre el realismo puro de los primeros y el arte del engaño de los segundos. Las dos opciones le arrebatan a la cinta, características tanto sonoras como literarias que la hacen ser única.
En la película subtitulada muchas veces se desvanece un buen guion con la mala traducción de los subtítulos. Y a la final el espectador puede terminar entendiendo una película totalmente distinta a la vista. A pesar de no ser un hecho que ocurra muy a menudo suele estar presente en algunas situaciones. Nunca unas líneas brillantes van a ser traducidas de la misma manera que las presentes en el texto original. Siempre se pierden elementos y sutilezas en la traducción.
La cinta doblada presenta una característica mucho más aberrante: otorgar a un individuo una voz que no es la suya arruinando toda una escena por la inconexión que existe entre rostro y voz. El actor es un personaje de la vida real que sabemos que tiene voz propia la cual no debe ser suplantada; forma parte de su ser. Está de más decir cómo pierden total sentido los “chistes” o situaciones cómicas por los pésimos doblajes que terminan aniquilándolos. Así como el movimiento de labios de los actores, que en la mayoría de los casos no está correctamente sincronizado y termina por convertirlos en una serie de marionetas que parecen ser manipuladas por un mal ventrílocuo.
¿Significa todo este planteamiento que debemos aprender a hablar más de seis idiomas para apreciar una película en su totalidad, y verla en su idioma original sin subtítulos ni doblajes? La respuesta pudiera tener más que ver con un proceso educacional que con volverse un políglota. Hoy en día numerosos estudios han demostrado que un adulto promedio puede leer entre 150 y 200 palabras por minuto. Un subtítulo en el caso que sea largo, puede contener entre 25 y 30 palabras. Habría que tener un nivel de lectura extremadamente pobre para no leer esa cantidad de texto y al mismo tiempo apreciar lo que ocurre en la pantalla.
En el cine de otras latitudes resulta mucho menos indefendible este argumento. Sobre todo en el cine europeo en donde los diálogos y los planos son lentos en conjunto. Lo que hace que la apreciación de la película con subtítulos sea bastante asimilable para todo público. Un dato para recordar es como las películas de décadas pasadas tenían mucho más texto y eso no impedía poder apreciarlas con subtítulos, de hecho el doblaje era muy poco común. Un ejemplo de esto sería la famosa Screwball Comedy de los años treinta; en ningún otro género presente en la actualidad se habla con esa rapidez y ferocidad. Sin embargo las tomas eran más largas y los cortes no eran tan abruptos.
Parece que el camino más fácil para muchos seguirá siendo el doblaje. Las distribuidoras de cine lo saben y las cifras les han otorgado un fuerte espaldarazo. De seguir este camino existirá un momento en que no se tendrán las dos opciones e irremediablemente el doblaje se convertirá en la norma como sucede en muchos países. Al final las grandes masas tendrán la última palabra, respecto a la preservación de este hermoso arte y todos los elementos que lo componen.
El cine en su estado más puro parece haber muerto con su comercialización a gran escala. Mientras que no se entienda, que toda obra de arte solo necesita lo que su creador le otorgo para sobrevivir y brillar por luz propia, el cine seguirá sufriendo grandes desmembramientos que lo alejaran cada vez más de su principal fin: embalsamar la realidad de esa lucha contra lo que se acaba, lo que se muere, prolongando a su manera de forma indefinida; la creación natural.