Cuando el (des)amor se parece al hambre
Carol (Cate Blanchett), mujer madura, adinerada, elegante, e increíblemente seductora, conoce un día previo a las festividades navideñas a Therese (Rooney Mara) una joven sencilla que nos da a entender que nunca se ha enamorado.
Si el amor en si mismo ya es complejo, amar a una persona del mismo sexo en los años 50 era impracticable. Como un secreto en susurros que se tergiversa de boca en boca, como quien juega “al teléfono”. Para esto Todd Haynes nos revela esta historia gracias a hermosas miradas, fotografía perfecta y ese lenguaje corporal que todos entendemos. Porque esa ansiedad idealizada del otro y ese dolor que nadie sabe de donde viene es el sentimiendo más transversal de todos. Que diga yo el que nunca ha sentido el (des)amor sólo comparado al hambre, como un vacío arraigado en el estómago que no se calma.
Todos alguna vez hemos sido Therese vomitando de pena y rabia. Y en otras nos hemos sentado a fumar con éxito los privilegios de seducir como Carol.
Sin duda la elegancia y magnetismo de Cate Blanchett y Rooney Mara nos hacen obviar el recurso de la diferencia de edad y clase como un impedimento amoroso que podría habernos molestado, pero con grandes actuaciones todo parece posible.
Ellas logran que nada sea raro. Que pasar la navidad con la otra sin conocerla no es extraño y que rozar el hombro es erotismo en una sociedad que finje ser discreta. Si Carol Aird no te seduce en la primera cita, no dude y cambie de película.
Yo la amé.
Y ese es el eje principal que mueve todo: amor entre ellas, amor entre un esposo enamorado de Carol, amor entre Rindy y su madre, amor fidelizado entre amigas. No sé cuantas veces escribí la misma palabra, pero es que al final de cuentas la temática más repetida siempre nos sorprende de distintas formas. Acá todo sentimiento entre ellas está oculto, porque la libertad en una sociedad conservadora y machista está restringida por parámetros convencionales.
Es por eso que Todd Haynes decide mostrarnos a las protagonistas siempre desde una mirada espía, con la cámara a través de un vidrio, una ventana o como si fueramos un extraño intruso. Tal vez por eso las miradas entre ellas en su primera cita me parecieron más intensas y fascinantes que los besos en la habitación de hotel. Ser vouyer de esta historia nos recuerda lo dificil que era (¿era?) ser homosexual, y más aún cuado se las inhabilitaba como madres.
Carol es una película calmada sin grandes sobresaltos, pero hermosa en su interpretación y estética. Sin prisa y con delicadeza, la historia está tan bien lograda que al final de ella, cuando la cámara se mueve temblorosa siguiendo a Therese, que camina nerviosa hacia Carol, uno no puede no empatizar con ella (¿o fui sólo yo?).
Disfrute, enámorese y comparta la angustia amorosa.
Cada uno sabrá si en la vida ha sido más Therese o Carol.