Hace unos días tuve el placer de volver a visitar esta película dirigida por Francis Ford Coppola, en el festín que es la calidad Bluray y con algunos documentales en la sección de los extras para disfrutar.
Coppola, el incombustible creativo, estaba en llamas. Lanzando idea tras idea en cada plano y en cada secuencia. Coppola sólo es, sin embargo, tan gran como el equipo que lo acompaña en la realización de su visión: su hijo Roman Coppola (guionista de «Darjeeling Limited» y «Moonrise Kingdom» junto a su amigo Wes Anderson) está detrás de la creación de efectos visuales en cámara, los espacios son obra del diseñador de producción Thomas E.Sanders (Rescatando al Soldado Ryan, Braveheart, Apocalypto), aunque «los verdaderos sets son el vestuario» -como bien dicen en los documentales- creados por la brillante Eiko Ishioka (Mishima, The Fall, The Cell); el afinado ojo es del director de fotografía Michael Ballhaus (Goodfellas, Pandillas de Nueva York, La Edad de la Inocencia) y la dramática/estruendosa partitura está firmada por Wojciech Kilar (El Pianista, Exodus). Un equipo al que se suma -como Coppola soñaba alguna vez, años atrás- una «compañía» de actores de primera categoría: Gary Oldman, Winona Ryder y Anthony Hopkins. ¿El cancerígeno lunar que arruina -momentáneamente- tan notable facción?: KEANU REEVES. Oldman tiene puestos, a veces, tres toneladas de maquillaje encima -y hace un trabajo fantástico como el decrépito conde, un hombre lobo o un vampiro demoníaco- mientras que el igualmente jovencito Reeves, a rostro descubierto, no es capaz de transmitir ni siquiera una sola emoción verídica. Y que decir de ese… ¡¿acento británico?!. Por Dios, que hijo de puta.
Una historia de amor de un antihéroe atormentado, más humano que bestial, y que anhela recuperar el amor perdido por las injustas circunstancias de la vida – María Soledad Carlini, en «De la letra a la desmesura de la imagen
No deja de sorprenderme lo bien que ha envejecido en los más de veinte años desde que la fui a ver a su estreno en el cine. Su visualizad gótica y surreal, su bella manufactura artesanal, hecha con los recursos más clásicos del cine (pues muchos de sus efectos son hechos en cámara, con recursos tan antiguos como las dobles exposiciones en el negativo, sombras, rodajes sobre retroproyecciones, filmar una acción para luego reproducirla al revés, entre otros) y su original punto de vista trágico/romántico le imprimen a esta versión un aura memorable.
Haciendo un ejercicio, el cine deviene en su máxima esplendor mientras sea más irreal, fantasioso y antónimo sea al mundo real. Con esta idea podremos comprender que el significado de la obra literaria se altera completamente. – María Soledad Carlini, en «De la letra a la desmesura de la imagen
Grabada completamente en estudio, la película es tan romántica con el tratamiento de su historia como lo es con su aproximación al cine mismo, con el amor por las facturas antiguas de éste y que coinciden temporalmente con la fecha de la historia original de Stoker, al que se le alude correctamente en el título de la película. Por esto, resultan tan memorables las secuencias en que Coppola rueda a Gary Oldman (entonces, un monstruo: amo y señor de su personaje) con una cámara de los Lumiere o cuando Oldman y Ryder entran a una vieja carpa donde, parados, observan a un tren acercarse proyectado sobre un «nuevo invento» de la época, esa maravilla llamada cinematógrafo, que aun sigue encantándonos hoy.
La siguiente galería está extraída de los cuadros que se mencionan en uno de los documentales sobre «Bram Stoker’s Dracula», que les dejo al final.
Para leer una crítica a la versión de Drácula de 1931, a la cual Coppola hace algunos guiños, visita este link. Puedes leer el texto de María Soledad Carlini, «De la letra a la desmesura de la imagen«, parte de nuestro viejo Dossier a Francis Ford Coppola.
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