La octava película de John Landis -descontando de este conteo el fatídico segmento que hizo para la película de «La Dimensión Desconocida» y un par de documentales comerciales que realizó para Disney y Universal Studios- nos lleva ahora al período de la guerra fría, en la colisión de la -entonces existente- Unión Soviética con los Estados Unidos. Una película que, como otras exponentes de su época, como «Danko: Al Rojo Vivo» (¿se acuerdan de esa donde Arnold Schwarzenegger era un policía ruso en EE.UU?), «War Games» (con Matthew Broderick como el nerd que podía destruir/salvar el mundo en una posible tercera guerra mundial computacional con U.R.S.S.), «Rambo IV» (con EE.UU. aliado de los talibanes -plop- en contra de los terribles villanos soviéticos) y tantas otras películas de los 80’s, representa, a su manera, la absurda batalla silenciosa entre estas dos potencias mundiales, a través de algunos personajes caricaturescos.
Afortunadamente, la visión de Landis –basada en el guión de Dan Aykroyd (en su tercera colaboración con el director, luego de “The Blues Brothers” y “Trading Places”, que revisitaré más tarde) – no se limita a poner a los rusos como villanos -bueno, lo cual hace, en una parte- sino que prefiere burlarse de quienes manejan la casa y se creen la policía planetaria: las agencias de espionaje de EE.UU, los militares y el Pentágono.
Mientras que un experto informático llamado Austin Millbarge (Dan Aykroyd) parece haber quedado olvidado en un sótano del Pentágono, para conveniencia de su explotador jefe militar, en otra oficina gubernamental el inútil de Emmett Fitz-Hume (Chevy Chase) se divierte viendo viejos reruns en la televisión del actor y ahora presidente, Ronald Reagan, mientras todos a su alrededor trabajan.
Los anónimos protagonistas logran la atención de un grupo de siniestras autoridades civiles y militares de su propio gobierno, cuando, en una de las escenas más cómicas de toda la película, son grabados mientras copian, como adolescentes en un colegio, en una prueba interna tomada por los administrativos. Engañados y usados como carnada por su propio gobierno, Millbarge y Fitz-Hume creen haber sido ascendidos a «espías». Sometidos a un entrenamiento militar totalmente sádico –y muy gracioso- y luego enviados a Pakistán, el único objetivo que el par tiene para su gobierno es el de ser carnada para los rusos, y desviar la atención de los verdaderos espías de EE.UU.
Al llegar a Pakistán, para evitar ser asesinados por una tribu/mercenaria local, el par de ineptos protagonistas fingen ser dos renombrados médicos de una ONG y ante la atención de la tribu y otros médicos (¡Terry Gilliam entre ellos! nuestros dos locos favoritos, ¡Landis y el director de “Brazil” se encuentran!) intentan sacarle el apéndice al jefe de la tribu pakistaní. Otra escena cómica memorable. Luego de lo que sólo se podría denominar como un desastre mortífero, el par escapa y la película se dedicará a seguirlos por un largo periplo hasta la frontera rusa, mientras que, en paralelo, seguiremos la historia de sus siniestros jefes, allá en casa, que planean iniciar la tercera guerra mundial, echándole la culpa a URSS. ¿Para qué? Para vender armas, por supuesto.
Chevy Chase (que venía de trabajar con Landis en “Three Amigos”) y Aykroyd logran armar una excelente dupla cómica en esta película filmada en Noruega, Marruecos y Estados Unidos. Una mezcla entre una comedia de enredos y una película de espionaje, que se ríe tanto de la ridícula postura de ambas naciones en esta guerra de poderes, como de ridiculizar totalmente a la milicia.
«Spies like Us» se dedica a seguir a este par de inadaptados que están más preocupados de salir con vida de esta misión que no entienden, que no les interesa demasiado (más allá de la subida de sueldo) y que opinan que meter bajo las sábanas a unas moscovitas bastante atractivas es la mejor manera de empatar en la guerra fría.