En el verano de 1990, dos hermanos adolescentes participaron durante tres días en una batalla deportiva de proporciones épicas, que bautizaron como la Do-Deca-Pentatlón. La disputa terminó en controversia, y los hermanos quedaron amargados y enemistados. Pero el espíritu de ese conflicto aún perdura en ellos.
Si el arranque de The Do-Deca-Pentathlon anticipa que esta será una más de aquellas gruesas comedias deportivas protagonizadas por Will Ferrell o derivados, es porque en parte lo es. Aquí la intención de los protagonistas también está en reñir una contienda que deje en vergüenza al oponente, extrayendo finalmente de aquella disputa uno que otro aprendizaje. Pero si en Blades of Glory o Dodgeball (por mencionar sólo algunas) el resultado estaba sujeto al nivel de empatía que la audiencia tuviera con la estrella de turno, aquí eso pasa a segundo plano. TDDP transita por la vereda indie del cine norteamericano, y sus “estrellas” son más bien los que están detrás de cámaras.
Así, más que como comedia derechamente, el último largometraje de los realizadores Jay y Mark Duplass (Cyrus, Jeff Who Lives at Home) funciona como una suerte de fábula minimalista sobre las rivalidades latentes entre los miembros de una misma estirpe. Los hermanos Mark (Steve Zissis) y Jeremy (Mark Kelly) llevan 20 años sin mirarse a los ojos, hasta que una reunión familiar en casa de su madre los reúne nuevamente. Y el rencor reaparece, dejando al par sin otra opción que reorganizar clandestinamente las mismas olimpíadas caseras que disputaron cuando eran jóvenes. Todo a escondidas de la esposa de Mark, que vela para que su cónyuge abandone cualquier actividad que le genere estrés. Pero cuando la contienda queda al descubierto, los hermanos deberán elegir entre su pasión por «sacarse los ojos» peleando por el cetro al mejor hermano o la estabilidad del clan completo.
Con una estética visual deslavada, de encuadre tembloroso y enfoque inestable, esta dupla oriunda de Nueva Orleans se aproxima a la comedia desde un ángulo cinematográfico cercano al documental, con actuaciones que rozan la improvisación y un guión que pareciera ir ajustándose en el mismo set de rodaje. Así han facturado sus cuatro previos trabajos. La razón: generar un vínculo casual entre la audiencia y los personajes, buscando darle el mismo cauce a las preocupaciones íntimas de ambos. Sello autoral que la crítica especializada viene agrupando hace algunos años con la etiqueta de «mumblecore«, vale decir, cine independiente donde primen el naturalismo de bajo perfil y los costos de producción reducidos.
El resultado es un relato que aparte de exudar plena independencia en su factura, toca temas tan vívidos como el recelo intrafamiliar y la dificultad de dejar atrás la juventud de cara a nuevos desafíos. Y posiciona a los hermanos Duplass como referentes a la hora de perfilar personajes pensados con los pies sobre la tierra.