Gravity

Como flotar hacia un abismo interior en busca de tierra firme

por: Michel Gajardo Caselli

 

Jem Cohen, cineasta estadounidense conocido principalmente por sus retratos observacionales de paisajes urbanos y naturales, siempre íntimos y llenos de sensaciones, enumeró en alguna oportunidad una lista de 19 puntos (o deseos) de lo que él aspiraba debía tener un cine para considerarse activista. El primero es elocuente: “Que me cuente algo que no sepa y que pregunte tanto como responda”.

Podría decirse que Gravity, con su espectacularidad visual sobrecogedora, cumple con al menos la primera parte de aquella ambiciosa expectativa.

Realmente esta película dirigida por Alfonso Cuarón (“Children of men”, “Y tu mamá también”) logra contarnos audiovisualmente algo que hasta ahora no sabíamos a ciencia cierta: ¿Qué se SIENTE (sí, con mayúsculas) estar flotando a la deriva en el espacio exterior?.

El vacío, la soledad existencialista, la ingravidez y falta de oxígeno como recordatorio de nuestra naturaleza extremadamente frágil, el cosmos infinito acogiendo la belleza inmensa y genealógica de la tierra suspendida en él, son todas cuestiones que la película logra instalar rápidamente  gracias a una articulación de imágenes y sonidos que solo el cine como medio de evocación es capaz de lograr, especialmente ahora que el talento tiene la maravillosa herramienta del 3D y sonido envolvente a su disposición.

No obstante, y volviendo a la lista de deseos de Jem Cohen sobre un cine activista, Gravity a mi juicio desperdicia la gran oportunidad de construir una catedral con todas aquellas herramientas tan propias para hacerlo.

Si bien la pregunta central entorno a la cual gira el argumento es muy interesante: ¿somos capaces de soltar nuestras ataduras, traumas o convicciones, esas que nos inmovilizan, para dar ese salto al vacío que muchas veces necesitamos para avanzar en la vida?,  la forma en que se plantean las respuestas no termina de convencernos.

En películas como esta, ambientadas en locaciones casi imposibles de alcanzar por la experiencia humana, se genera en el espectador algo muy curioso. No tenemos una noción muy concreta de lo que ahí es aceptable o no en términos físicos, y por tanto existe una especie de “manga ancha” para establecer y aceptar reglas de verosimilitud. Sin embargo, ocurre lo contrario respecto a lo que sí conocemos y palpamos cotidianamente: nuestra propia emocionalidad (encarnada en los personajes).

¿Será sujeto de una misión espacial alguien que perdió a un familiar cercano en un accidente traumático (como es el caso de la protagonista de está película)?

Con los teratrillones de dólares, euros o rupias que están en juego en esas misiones y programas espaciales ¿no será mejor asegurarse que los que ejecutan in situ tales misiones hayan probado su valía más allá del simulacro?

Puede que usted lector considere que estoy siendo muy tendencioso respecto a  mis estándares de verosimilitud, pero cuando comienzo a ver situaciones como estas y pienso por ejemplo en todos los jóvenes aspirantes a la marina que no logran alcanzar su sueño por tener pie plano o mal aliento, lo siento, pero me empiezan a saltar las alarmas.

No obstante en Gravity el canto de sirena es demasiado atractivo y uno no puede resistirse a seguirlo. Las escenas de pánico espacial transcurridos 15 minutos de metraje son tan sorprendentemente aterradoras (insisto, sobre todo en 3D) que uno vibra y salta a pesar de todas las dudas que generen los personajes enfrentados a tamaña contingencia. Sin embargo, y jugando con el título de está película, las cosas igual tienden a caer por su propio peso.

Aquí va el storyline, que no tiene más spoilers que los que entrega el trailer oficial que todos los interesados en ver esta película ya habrán visto: La Dra. Ryan Stone, interpretada por Sandra Bullock (“Miss congeniality”, “The blind side”) es una astronauta que intenta aprobar su primer examen real en el espacio exterior en una misión que se nos presenta para ella tan rutinaria como iniciática, sobre todo cuando contrastamos su indisposición física a la falta de gravedad con la soltura y locuacidad de su compañero de obras, el comandante Matt Kowalski, interpretado por George Clooney (“The american”, “The descendants”). Todo parece apacible en ese particular ambiente de trabajo hasta que reciben la alerta de un tsunami de chatarra espacial acercándose a sus costas.

Sandra Bullock durante el rodaje de Gravity

Estamos frente a una clásica estructura que los académicos llaman de restauración en 3 actos: establecimiento de la normalidad (aunque siempre esta tenga fisuras que se insinúan mediante exposición), pérdida del equilibrio, y tercero, lucha por el restablecimiento de este, para volver a una normalidad superior a la del inicio. En resumen, un viaje heroico que en la mayoría de los casos es para restablecer un equilibrio externo, y en otros, a mi juicio más interesantes, al servicio de restablecer (o forzar) un nuevo equilibrio interior que también podríamos catalogar como de madurez.

Es evidente que es a partir del segundo punto cuando la película realmente comienza, y en adelante debería ir acumulando peso y profundidad para no quedarse solo en el slogan pirotécnico. Establecidos tanto los conflictos o pérdidas de equilibrio, como las emociones que la protagonista pone en juego para recuperarlo, se produce ese punto de inflexión o punto de no retorno en donde el qué y el cómo son fundamentales. En otras palabras, es el momento en el que la verosimilitud “emocional” cobra una importancia sustancial.

Ya no importa tanto si la nave explota o no, o si el 3D te lanza cosas a la cara de manera sorprendente. Sin ánimo de arruinarle el viaje a nadie, aquí es donde lo verdaderamente importante se resuelve en el cuadrilátero de los dilemas morales o emocionales, o si estos finalmente resonarán en el corazón del espectador. Y lo lamento, pero no, las decisiones dramáticas de Sandra Bullock o en último caso, las del director o del estudio, en Gravity no funcionan.

A diferencia de lo que ocurre por ejemplo en el thriller de 1997 The game dirigido por David Fincher, en donde uno “crece” junto al repudiable pero seductor Nicolas Van Orton (interpretado magistralmente por Michael Douglas) en Gravity volvemos a encontrarnos a Sandra Bullock haciendo de Sandra Bullock y a George Clooney haciendo de doctor en E.R.

¿Por qué no usar el silencio, tan abundante por cierto en el espacio, como el vehículo perfecto para dibujar el salto al vacío emocional que deben dar los personajes, en vez del rellenarles la boca con textos infantiles, acentos excesivos y situaciones improbables? ¿Por qué forzar la identificación entre espectador y protagonista asumiendo que el primero es una dueña de casa sin imaginación que hay que transplantar al ojo de un huracán? ¿Por qué desperdiciar la oportunidad de construir un viaje épico e inolvidable a base de simplemente de reacciones viscerales? ¿Por qué en vez de hacerlo crudo y doloroso prefirieron hacerlo “amigable”? Lo único que se me viene a la cabeza como respuesta es el miedo. Miedo a soltar. A dejarse llevar por emociones verdaderas en vez de por artefactos tan sofisticados que por un momento parecían completar el truco.

Ese miedo que finalmente no da una respuesta satisfactoria a la pregunta que parecía proponérsenos. ¿Serías capaz de soltar?

En palabras del propio director, Gravity podría describirse como un documental IMAX sobre el espacio en el que todo sale mal. Espectacular pero olvidable.