Advertencias morales
[ por: Andrés Daly ]
Vamos poniéndonos al día. El lunes comencé una nueva semana (la segunda de este año) de Una película al día, esta vez, dedicada a las Femmes Fatales del Cine Negro (Film Noir) que tenía anotadas como pendientes. Hace unos años disfruté, en esta misma columna, viendo a esa maldita, maldita mujer llamada Kitty Collins (Ava Gardner en The Killers, 1946), experimenté el hechizo de la desaparecida que regresa de los muertos, Laura (Gene Tierney en Laura, 1944), me sorprendí con uno de los mejores films B del género y con el personaje que Ann Savage interpreta en él, en la brillante Detour (1945), aluciné con la famosa perversidad de Phyllis (Bárbara Stanwyck en Double Indemnity, 1944), me rendí -obvio- ante Gilda (Rita Hayworth en Gilda, 1946), atestigué la dulce venganza de la pobre Debby (Gloria Grahame en The Big Heat, 1953); y gocé cada minuto en pantalla de nuestro mejor (anti)héroe, Humphrey Bogart, junto a Laurel (Gloria Grahame -esencial- en In a Lonely Place, 1950) y, por supuesto, de Bogie junto a la femme fatale con la mejor voz del cine, Lauren Bacall, nada menos que en cuatro películas juntos, incinerando la pantalla.
Hoy es tiempo de volver a ellas. Vamos con la primera: «La mujer de la ventana» (The Woman in the Window, de 1944: ¡gran año!), del director alemán Fritz Lang (Metrópolis, El testamento del Dr. Mabuse, M).
El profesor Richard Wanley (Edward G. Robinson) vive una cómoda vida después de haber cumplido los 40 años, con su mujer e hijo, disfrutando las reuniones con sus amigos después del trabajo, en un distinguido club de toby de la ciudad, leyendo y haciendo clases de psicología criminal. Pero un día el profesor, en esta tranquila vida se pregunta, con sus amigos, si ya no habrá algo más, si es que se han perdido, ya definitivamente del todo, las aventuras de la juventud.
Quizás el profesor no debía preguntárselo. Porque a los diez minutos de expresar sus crisis de los cuarenta, mientras este tranquilo académico mira el retrato de una misteriosa y atractiva mujer en una mujer (y que lo ha obsesionado en los últimos días), en el reflejo de la misma, se hace realidad su deseo. La mujer del retrato está a sus espaldas. Diablos. Una conversación lleva a otra, como una copa también a la que sigue y el profesor se encuentra, de madrugada -quien lo diría- abriendo otra botella en casa de la guapísima Alice Reed (Joan Bennett. Guapísima, ¿ya lo dije?).
Del sueño a la pesadilla. Se abre la puerta de la casa de Alica y un hombre celoso no ve al profesor Wanley más de dos segundos antes de lanzarse a su cuello con ganas de rompérselo. Forcejean, el profesor va perdiendo. Alice le acerca unas tijeras al profesor para que se defienda del agresor y… WHAM! welcome to film noir land, professor Wanley. El hombre que entró de imprevisto (¿así fue o esto es parte de un plan? quién es? ¿cuál es su relación con Alice?) está muerto con las tijeras en la espalda, el académico ahora es un asesino y Alice dice estar aterrada: nadie les va a creer lo que pasó y la silla eléctrica los espera.
No seguiré contando absolutamente nada más de lo que sigue, porque todo el disfrute está ahí: ¿Alice es una femme fatale, está usando al profesor o es incapaz de algo así? ¿qué diablos se hace con un cadáver? ¿cuáles son las pistas que sigue la policía en una escena del crimen? ¿qué es es lo que NO hay que hacer para ser descubierto? ¿cuántas veces podrá, ahora que ha puesto práctica a la teoría, disimular el profesor frente a su mejor amigo, el detective asignado al caso? (ya se imaginan las tensas conversaciones de ambos), escapar de un chantajista que presenció el crimen como de sus propios errores y los de Alice al momento de esconder lo que hicieron? y ¿cuánto puede sudar un espectador viendo al pobre profesor intentando sobrevivir a la peor semana de su vida?.
Gran película de Fritz Lang, que no alcanza a ser arruinada por uno de los finales más cobardes de la historia del cine. Que distinto podría haber sido todo…