Celebrando los 50 años de 8 ½
[ por: Sergio Ortega ]
El recién pasado 15 de febrero se han cumplido 50 años del estreno en las salas italianas de “Fellini,8½” lo que constituye la excusa perfecta para hablar de esta película, frecuentemente incluída entre las mejores de la historia. De hecho el año pasado fue propuesta como la décima mejor película de todos los tiempos en el prestigioso listado de la revista Sight & Sound, siendo la italiana mejor rankeada (le sigue “L’Avventura” de Antonioni recién en el puesto 21).
“Otto e Mezzo” [1], el título italiano de este film, pertenece al período más feliz de Federico Fellini, ese que cierra su primera etapa más ligada a los escenarios y temáticas del neorrealismo (La Strada, 1954; El Bidone,1955; Le Notti di Cabiria,1958) y abre lo que será su surrealista etapa de madurez (Satyricon,1969; Amarcord,1973; La Cittá delle Donne,1976).
Esos breves años 1960-1963 son el punto de inflexión entre una y otra sensibilidad. Personalmente soy un incondicional de sus tres obras de ese período: La Dolce Vita (1960); el delicioso episodio que aporta al film colectivo “Boccaccio70’”(1962)[2] y ésta que nos ocupa: “Otto e Mezzo” (1963).
Pese a haber recibido información imprecisa sobre el proyecto; reparto y equipo firmaron el contrato para la película que iba a convertirse en “Ottto e Mezzo” a la espera de más detalles. Sin embargo pocos imaginaban que el maestro sufría una aguda crisis de confianza. Después del enorme éxito de La Dolce Vita, la presión por generar un nuevo suceso parte del público lo tenía paralizado. La fecha del rodaje se aproximaba y Fellini no tenía idea del argumento. En ese periodo se trabajó con el título tentativo de “La Bella Confusione”, título que me parece enormemente sugestivo de lo que ocurría dentro y fuera de la pantalla, y por el cual he querido titular este ensayo.
Cuentan que el juego del desconcierto llegó tan lejos que nadie sabía exactamente cuando se ponía en marcha el verdadero rodaje. Fellini filmó tomas de prueba que luego montó en el film definitivo y los actores no tenían idea de que ya estaban interpretando sus papeles.
La solución surgió por si sola. Ir directo al corazón del film, una película sobre la historia de un director que ya no sabía que film quería hacer.
El protagonista no es otro que Federico Fellini mismo, llamado en esta ocasión Guido Anselmi, encarnado por Marcello Mastroianni (así como se llamó Marcello Rubini en La Dolce Vita y se llamará, en versión adolescente, Tita, en Amarcord).
En ese sentido no hubo esfuerzo alguno por ocultar el carácter autobiográfico de la película, y la cual no es más que navegar por la mente de un aproblemado director. Un viaje barroco, saturado de extravagantes personajes donde el hilo que lo conduce todo es la confesión continua del protagonista. Fellini lo exhibe todo: sus inseguridades (como cuando Guido teme que todo lo que le sucede no sea una crisis pasajera, sino que el “descalabro final de un mentiroso sin talento”); una crítica mordaz de la industria del cine de su tiempo[3], una visión satírica de la iglesia, con sacerdotes interpretados por mujeres travestidas (no se puede ser más explícito) pero ante todo es la confesión de su apetito voraz por las mujeres, la confesión de ser un mujeriego crónico.
Desde la fuente de deseo original, representado por la Saraghina, la mujer medio salvaje de la playa que se exhibe en un –casto- striptease a un Guido/Federico llegando a la pubertad; pasando por la amante “oficial”, la mimosa Carla, hasta la esposa, Luisa; todas las mujeres de la vida del director pasan por la pantalla, desde las importantes hasta los amores de los que no recuerda ni el nombre.
La película oscila entre la celebración de su voracidad sexual hasta una genuino dolor por la situación de su mujer (a la que parece amar sinceramente): un alter ego de Giulietta Massina, la Gelsomina de La Strada y esposa de Fellini en la vida real. Y si bien el director tiene la precaución de dar el rol de “Luisa” a Anouk Aimée, muy distinta físicamente a la Massina, si tiene el arrojo (o desfachatez, como prefieran) de hacer que su propia amante, la actriz Sandra Milo interprete a la amante de Guido.
De la fantasía de reconciliar ambas mujeres, es donde surge una de la escenas más célebres de la película, el harén… donde los amores de Guido conviven en paz y armonía, le miman y le rinden culto. Una fantasía machista donde las mujeres están felices de verse sometidas.
En esa escena sólo se ha excluído solo a la Musa, la mujer ideal.. que acá toma el cuerpo y el rostro de Claudia Cardinale (¿interpretándose a ella misma?) como la actriz que ha llegado para protagonizar esa película que Guido no sabe como rodar.
Ella es la representación del eterno femenino, tan de porcelana como la visualiza Visconti, en “El Gatopardo”, que se rodaba al mismo tiempo… Y es que la celestial belleza de Claudia fascinó al mismo tiempo tanto a Fellini como Visconti, dos hombres estéticamente (y sexualmente) antitéticos.
Otto e Mezzo es precisa en mostrar el funcionamiento anárquico de los recuerdos, siempre mezclados con deseos satisfechos e insatisfechos, en escenas extraordinarias que apenas dan tiempo para preguntarse que significan (¿¿importa??), tan maravillado uno queda con la fotografía de Gianni di Venanzo, por los exuberantes personajes que se suceden unos a otros, por el vestuario de Piero Gherardi, por la música de Nino Rota…
Es una cabalgata de circo, un carrousel donde no hay lugar para un desenlace porque no ha habido comienzo ni nudo, de manera que la ronda final no es sólo la metáfora perfecta del film, con todos los personajes que han pasado por su desarrollo girando tomados de la mano… si no que pasa a ser una metáfora de la vida en sí.
Los invito a imaginar que pudieran reunir a todos los personajes que animan y cruzan sus vidas personales en ese páramo mágico de Fellini… Cuando uno toma conciencia de esa dimensión, de la que todos podemos participar, es cuando el film emociona y toca esa fibra del corazón que está en cada ser humano.
¡Qué es esta repentina felicidad que me hace temblar, que me da fuerza, vida?
Les pido perdón dulcísimas criaturas, no había entendido, no sabía
Que bueno es aceptarles, amarles..y que sencillo
Luisa, me siento como liberado
Todo me parece bueno, todo tiene un sentido, todo es verdadero
Ojalá pudiera explicarlo, pero no encuentro las palabras
Todo vuelve a como era antes
Todo vuelve a ser confuso..
pero esta confusión soy yo!
Yo como soy, no como quisiera ser..
Ya no tengo más miedo a decir la verdad
Aquello que no sé que busco
que no he todavía encontrado
Solo así puedo vivir y mirar a tus ojos fieles sin sentir vergüenza
La vida es una fiesta!
Vamos a vivirla juntos.
No puedo decir más, ni a ti ni a los demas.
Si puedes, acéptame como soy.
Es el unico modo de encontrarnos
Guido Anselmi, en Otto e Mezzo
[1] Fellini le llamó así por ser el largometraje ocho y medio de su carrera. Contó los seis films que había dirigido en solitario, añadió el nuevo y medio punto por cada uno de los que había co-dirigido: Luces de Variedades, L’Amore en Cittá y Boccaccio 70)
[2] El episodio es “Las Tentaciones del Doctor Antonio”, comedia disparatada donde un moralista intransigente (Peppino de Filippo) le declara la guerra a un provocativo anuncio de Anita Ekberg.
[3] Productores que se exhiben con sus amantes, actrices que presionan por conocer su papel, el crítico que al final de la cinta se da el gusto de ahorcar…