Willem Dafoe puede jactarse de poseer un semblante lúgubre, repleto de expresión, capaz de evocar un sinnúmero de emociones ambiguas. Memorables son sus interpretaciones del indescifrable villano Bobby Peru en Corazón Salvaje de David Lynch, o el icónico retrato que hizo de un Jesucristo pecador en la controvertida cinta de Martin Scorsese. Aquí encarna a un mercenario que sigue la pista de una bestia en extinción, el tigre de Tasmania, por encargo de una compañía de biotecnología que guarda con recelo su identidad. El conflicto viene de manos de una mujer enferma, que acaba de enviudar, y sus dos hijos, que encuentran en este nuevo cazador un sustituto de la extraviada figura paterna.
Bellamente filmada, tensa por momentos, el problema reside en el las tramas paralelas, sostenidas por un elenco de secundarios de primer nivel (Sam Neill y Frances O’Connor) pero que no congenia con la magnética ambivalencia del personaje de Dafoe: al final, poco interesa qué pasará con ellos, la historia no los vigila como al mercenario, sólo los roza y ni los hiere, no tienen llagas que mostrar. The Hunter termina extinguiendo a su personaje principal, lo acecha a tal punto que pierde de vista las demás presas, que quizá en su conjunto hacían un mejor trofeo.
Ideal para: ver el sábado en la mañana.
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