[ por: Luis Felipe Zúñiga ]
El último thriller de David Fincher no deja una huella indeleble como sus trabajos anteriores. Es más, la película es tan fácil de desprender de la memoria fílmica como si se tratara de un adhesivo tipo tatuaje de esos que vienen enrollados con el papel de alguna baratija para mascar.
La trama macabra está, los personajes sórdidos sobrevuelan el relato, el montaje hipertenso no deja respiro. Sin embargo, falta una pieza, el frecuente eslabón perdido anhelado en las historias armadas por este artesano de la criminalística para cine. La cinta deja escuchar su latido pero el motor nunca se asoma. ¿Qué quiere Mikael Blomkvist (Daniel Craig)? El tipo tendrá pinta de escandinavo pero ni así logra evadir la estampa marcada por la saga Bond.
Quizá el punto alto de La Chica del Dragón Tatuado está en esta misma, una sorprendente Rooney Mara imbuida en la piel de la raquítica hacker Lisbeth Salander, quien acerca la historia hacia las tierras frías donde fue originada. Ella es racional, un témpano calculador, es el hombre que no ama a las mujeres, el último escalafón de ser humano desprendido desde las autopistas del desarrollo. Salander corre veloz sobre su moto, escapa del contacto con sus pares, es un paria del siglo XXI. Huele a Zuckerberg, pero esa es harina de otro costal.
Por ahora me quedo con que la culpa no fue de Fincher, fue de los misóginos que no aman a las películas. El Hollywood de este Millenium.
En salas desde ayer, y también, donde todos saben.
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