El perseguidor 2.0
[ por: Luis Felipe Zúñiga ]
“No hay nada privado en La Conversación”, reza la frase final del paranoico trailer que promociona la séptima película de Francis Ford Coppola. Por el contrario, a pesar de la vuelta de tuerca expositiva que finaliza el relato, esta historia tiene mucho que esconder. De partida, sobre qué trata. Inspirada en una conversación que sostuvieron el mismo Coppola con Irvin Kershner, director de “El Imperio Contraataca”, es difícil acertar precisamente sobre las segundas lecturas que inspira este thriller.
Harry Caul (Gene Hackman) es un solitario que dedica sus días a intervenir la privacidad de los otros. Su trabajo es grabar conversaciones ajenas y es el mejor en lo que hace. El problema surge cuando las voces que registra dejan de ser sólo voces y pasan a ser personas. ¿Es efectivamente un ermitaño o se trata de un voyerista adicto a las vidas de los otros?
La Conversación, estrenada en 1974 pero pensada casi una década atrás, además de dar en el clavo con el tema del espionaje poco después del destape del caso Watergate, anticipó un tema hoy paradigmático, la invasión de la vida privada. Internet y las redes sociales vienen a sustituir lo que Caul y compañía tenían como soporte de trabajo. A pesar de que el modo de operación y la tecnología utilizada son incomparables – no hay parangón entre los rastreadores de voz presentes en el filme y las aplicaciones que hoy detectan canciones al instante – el fin es el mismo, obtener un trozo de la privacidad de terceros para manipularlo a diestra y siniestra de manera subjetiva. Hay un poco de Harry Caul en todo usuario partícipe de la web 2.0. Inmersión, zapeo, meticulosidad sin límites.
En este último punto está quizá el aspecto más interesante de la ficción creada por Coppola.“The bugger got bugged” (el que interviene fue intervenido) dice Paul – otro audio-escucha que admira con recelo el talento de Harry – en la escena en que el protagonista es víctima de una broma en la que se reproduce parte de su conversación con Meredith, una particular cualquiera. Harry explota en cólera. Irónicamente, cuando él espía a otros, un aura de calma y distensión lo invaden por completo.
Lejos de la desesperanza y ambigüedad que plantea el final de la película, el espía de las redes sociales hoy por hoy es capaz de separar por instantes lo privado de lo público, sin embargo también busca tener cierto control sobre lo que observa. Es receloso y cuida sus espaldas, pero no está libre de que otros lo estén mirando, lo enjuicien y lo etiqueten. Una vez abierta una cuenta, difícil volver atrás.
Entre líneas también hay una alusión al exceso de trabajo y la delgada línea que separa la vida personal con los compromisos laborales. A pesar de que Harry Caul deseche sus horas de ocio soplando la boquilla de un saxofón al ritmo del jazz, la acción se observa tan ramplona e insignificante que no denota goce ni trascendencia. “No tienes que sentir nada, tienes que hacerlo no más”, aconseja Meredith a Harry sobre su trabajo. Ella conoce el tema. Su ocupación, a simple vista, consiste más en hacer que en pensar.
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