Dossier Joel & Ethan Coen: El Gran Salto

Unos suben, otros bajan

[ por: Andrés Daly ]

No hay nada mejor que un buen cuento, excepto cuando éste llega a nuestros oídos a través de la voz de un fantástico narrador. Si en “El Gran Lebowski” este era el vaquero (des)conocido como “The Stranger” (Sam Elliott), que abre y cierra la historia de un hombre que se hace llamar “The Dude” -a pesar de llamarse Jeffrey Lebowski…¿porque quién puede querer autodenominarse “Dude”? se pregunta extrañado el vaquero- en “El Gran Salto”, la historia nos la va a contar otro hombre misterioso. Negro –o “de color” como dicen en el país del norte- y no menos omnipresente, éste se llama Moses (Bill Cobb). Trabaja afinando el mecanismo de un gran reloj en la cima de un gran edificio que domina la ciudad.  Curiosamente, Moses sabe absolutamente todo sobre el protagonista, hasta sus deseos más íntimos. Quién sabe, quizás Moses hasta puede darle una mano en esta historia de ascensiones y caídas, cuando nuestro héroe más lo necesite.

“El Gran Salto”, titulada originalmente como “The Hudsucker Proxy” –algo así como “El chivo expiatorio de Hudsucker” – es un bellísimo cuento, con moraleja incluída, presencias celestiales (al mejor estilo de “Que bello es vivir”) e inserto en una recreación de época totalmente estilizada: porque estos son los 50’s de las revistas, de las películas, de la nostalgia. Elementos que bordean la más pura fantasía, pero no por eso la hacen una historia simplona.

“The Hudsucker Proxy” está narrada con tanta gracia y sutil sentido cómico por los Coen de manera que esta, a mi gusto, está a la par con lo mejor de su filmografía. Sin embargo, por razones que no comprendo del todo, esta película no figura generalmente –más bien se la aparta- cuando se habla del cuerpo de obras de los hermanos directores de “Educando a Arizona” o “Un hombre serio”. Parece haberse perdido en algún lugar innombrable, como la ciudad de fantasía donde transcurre, en medio de su rica filmografía.

Hudsucker es el nombre de una todopoderosa empresa citadina, un imperio que al inicio de este cuento se va a quedar huérfano. En una reunión de directorio, en uno de los últimos pisos de su gigantesca torre, la empresa –o más bien sus viejos directivos, hombres serios de bigotes, calvas y seis o siete décadas en el cuerpo- ven como su querido fundador, el incansable Waring Hudsucker (Charles Durning), toma una determinación radical y al parecer impulsiva frente a sus ojos: la de subirse a la gran mesa de la sala de reuniones, correr sobre ella hacia el ventanal más cercano, quebrarlo y probar así la resistencia del pavimento con su cuerpo, centenas de metros más abajo. ¡PAF!. Waring Hudsucker ya es historia –y una mancha- pero segundos antes de estampar toda su humanidad en el cemento, un hombre de un pueblo pequeño que ha llegado a la urbe en busca de su sueño ha entrado por la puerta del primer piso. El ingenuo Norville Barnes (Tim Robbins) busca su primer trabajo. Así, unos caen pero otros suben.

Como en “Brazil” de Terry Gilliam diez años antes, o “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin en 1936, “Hudsucker” nos fascina con una delirante secuencia donde Norville trabaja como un engranaje más de una máquina mounstrousa, en el interior del edificio. En las oficinas internas de correo de Hudsucker las personas son laboriosas y desesperadas hormigas, y cuando las sirenas se prenden, las máquinas exudan humos, luces, señales y todos ponen pies en polvorosa: ¡es que ha llegado un importantísimo y temido sobre azul!. El destino se ha encargado de que Norville sea quien debe entregar este temido papel de forma personal –e intransferible- en las manos del segundo al mando de Hudsucker, luego del mencionado suicido del fundador. Esta mano derecha es el ambicioso y cruel Sidney J.Mussburger (Paul Newman).

Mussburger se da cuenta, después de una bella secuencia en que Norville casi quema su oficina pero al mismo tiempo le salva la vida (quien diría que Tim Robbins podía canalizar a Keaton o Chaplin) que éste es el perfecto títere que necesita para hacer colapsar a la empresa. El villano necesita bajar radicalmente el valor de las acciones de Hudsucker para poder comprar una mayoría de ellas y apoderarse por completo de la compaía. Así, nombrará al nervioso, torpe y poco experimentado novato nada menos que como el presidente de la compañía. El idiota perfecto. El plan funciona y las acciones se desploman, mientras tanto la periodista Amy Archer (Jennifer Jason Leigh, homenajeando brillantemente a todas las periodistas de la pantalla de cine de los años 30’s y 40’s junto a una suma de todos los personajes femeninos en las películas de George Cukor) juega a ser la secretaria personal de Norville, mientras investiga secretamente la extraña ascensión de su jefe y escribe reportes sensacionalistas para el periódico en el que trabaja. Artículos que expongan completamente la incompetencia de Norville, pero que serán dagas que después le van a jugar en contra a ella misma, la mujer de rápido hablar y determinación que no esperaba enamorarse del que todos, y ella misma, dicen que es el tonto de la aldea.

Los planes de Mussburger toman un revés cuando Norville, que se ha pasado media película mostrándole a más de un personaje su “idea genial” –que no es más que un círculo dibujado en un papel, a lo que le responden, ud. entenderá, con un grave silencio y una cara de lástima e incredulidad ante lo que parece obviamente ser una estupidez gigantesca- se convierte en el creador del popular hula hula de los 50’s. Norville inventa el disco de color plástico, que en vez hundir financiaremante a la compañía, se transforma en su éxito más rotundo. “You know, for the kids”: Norville no tiene un pelo de tonto.

La tragedia que le espera a nuestro héroe es épica cuando se entere de la verdadera identidad de su secretaria de confianza, com decía anteriormente, la misma periodista encubierta que lo está destruyendo, pero que al mismo tiempo lo ama: una curiosa contradicción que no es muy lejana en algunas relaciones semi destructivas. Se acerca el final del cuento y como suponemos, hemos llegado al momento más oscuro de nuestro cuento: donde la caída tiene que ser tan grande que nos haga perder toda esperanza. De la caída de Hudsucker a la ascensión de Norville y nuevamente una caída más… ¿pero es que podrá volver a pararse Norville?.

Relato no apto para escépticos y sí para quienes son capaces de disfrutar con los simples placeres de una historia tan bien ilustrada. Bellas páginas convertidas en imágenes y texto, que como casi siempre en la filmografía de los Coen, las colorea con luz su mejor colaborador: el gran cinematógrafo Roger Deakins (Temple de Acero, Sin lugar para los débiles, El Gran Lebowski, entre muchas otras).

Colorín colorado, este cuento…

 

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