En Chile, la película aún no tiene fecha de estreno.
Basada en la novela de Kazuo Ishiguro, desarrolla la historia de tres niños criados en un orfanato cuyas características son especiales. Tendrán que aprender a vivir con las normas que para ellos se han delimitado, asumiendo que nunca serán libres, que su destino ya ha sido elegido por la mano de otros y que no podrán hacer nada para cambiarlo.
El peso de la cinta recae casi en su totalidad en la británica Carey Mulligan, quien ya diera muestras de su buen hacer en la interesante Una educación (2009). Su personaje, Kathy, es el encargado de narrar la historia. A través de sus ojos vamos descubriendo de qué trata realmente la trama, no es un simple triángulo amoroso, es una historia de amor real.
No se busca la lágrima fácil, se consigue enternecer al espectador mediante una narración exquisita, unida a una excelente dirección por parte de Mark Romanek, especialista en videos musicales cuyo currículum cuenta con pocas incursiones en la gran pantalla —Retratos de una obsesión (2002)— pero que en esta ocasión entiende los elementos necesarios para el correcto funcionamiento del filme y los utiliza con sabiduría. Asimismo, la cinta cuenta con una elegante fotografía de los más diversos paisajes ingleses que complementa con habilidad el mundo agridulce en el que se mueven los protagonistas.
Mulligan está acompañada por Andrew Garfield —La red social (2010)— y Keira Knighley —la saga Piratas del Caribe— dando forma a un trío protagonista que emana química, especialmente entre Mulligan y Garfield cuyas escenas compartidas despuntan sobre el resto. Curricularmente este último verá multiplicada su popularidad cuando en 2012 vea la luz The amazing Spiderman, mientras que Knighley parece haberse desligado de los proyectos de Disney en busca de una mayor calidad cinematográfica.
El argumento de Nunca me abandones propone reflexiones ricas e inteligentes, no dejará indiferente a nadie y devendrá en charlas interminables entre los espectadores. ¿Pensamos todos que deberíamos haber vivido más?, ¿buscamos sin cesar el sentido a nuestra vida?, ¿buscamos nuestro origen? Estas son sólo algunas de las cuestiones que se dejan en aire para el debate.
Sorprende su originalidad, o más bien lo poco explotado de su propuesta, ya que a pesar de poder englobarse en el género de ciencia ficción, el film es sobre todo un drama romántico. Una mezcla de etiquetas poco frecuente que rara vez funciona, un ejemplo fue Gattaca (1997) que se quedó a medias pero el nexo entre ambas es claro. La dirección de Romanek no pierde ritmo en ningún momento, las escenas de paisajes o sin diálogos no se tornan en aburridas o excesivas sino que poseen una fuerza emocional que ayuda a centrar la acción.
A pesar de su irreal premisa, es posible que no diste tanto de lo que ocurra en un futuro no tan lejano, de hecho, algunos de los últimos avances acaecidos en la ciencia se sitúan en dicho campo. El guionista Alex Garland ubica la acción en el pasado, quizás con la intención de hacernos ver que el argumento no es improbable. Sea cual sea su propósito no deja de resultar, cuanto menos, curioso.
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