O cómo dejar de preocuparse y amar el falo
(Una parte de la guerra según Stanley Kubrick)
[ por: Micheell Toledo V. ]
En su carrera fílmica, Kubrick filmó tres películas sobre la guerra, siendo esta la única desarrollada en tono de comedia. El contexto histórico particular en el que se encontraba daba para generar diversas reflexiones en torno a la gran guerra fría, que de alguna u otra manera terminaba por afectar al mundo entero, entendiendo que éste estaba al borde una crisis nuclear que podría exterminar a la humanidad. Es ésta la premisa que usa el cineasta para generar una reflexión, tal vez un tanto alocada podrían decir algunos, poco seria para otros, pero una reflexión al fin y al cabo.
El tratamiento de imagen que propone en un comienzo es una mezcla entre el cine de ficción que busca desarrollar durante el comienzo de su carrera y el documental de sus cortometrajes iniciales. La transmisión de las noticias sobre el estado de la guerra, los movimientos de cámara, recuerdan precisamente a “The Seafarers”, “Flying Padre” o “Day of the fight”. Pero rápidamente este estilo es dejado de lado por el cineasta, entendiendo que la finalidad del relato no es buscar un acercamiento a la realidad, sino que distanciarse por medio de la sátira, que en este film gira alrededor de una reflexión común en todas las películas de este género, pero que no se profundiza como tal: la guerra se realiza por los hombres como si de una competencia de machismo se tratara.
Entonces no hay otro modo que burlarse de esta situación, siendo la sátira la mejor herramienta para retratar la estupidez de los hombres. Esto empieza a tantearse precisamente cuando el general Jack Ripper (interpretado por un notable Sterling Hayden, aludiendo al nombre del famoso asesino británico) ordena llevar a cabo el plan alerta roja – anunciando de ésta manera a toda la base que su país ha sido atacado por los comunistas rusos – lo que le otorga poderes sobre el estado y el presidente para tomar decisiones en caso de verse enfrentados a una adversidad mayor. Pero lo más importante de todo, es que el general de la fuerza aérea es pura testosterona. No sólo por la alusión al nombre del asesino (quien mataba mujeres que eran prostitutas), sino por su manera de desenvolverse. Desde la forma de sentarse, de caminar, de hablar y de fumar su puro (la mayoría de las veces dejándolo simplemente en la boca sin la necesidad de tomarlo con la mano) y su constante obsesión por las fallas del sistema. Y a pesar de que el personaje interpretado por Hayden es uno de lo más demenciales y viriles que hay en la película, es uno de los que más se han visto afectados por la realidad. Porque su obsesión no es simplemente con la guerra, sino también con la manera en que la guerra se ha ido transformando. En un momento cuando se encuentra con el capitán británico Lionel Mandrake (Peter Sellers), le da aviso sobre su molestia con el cambio de las estrategias bélicas, diciéndole que esta ahora ya no tiene que ver con los generales de los ejércitos, sino que con los políticos. Pero esta mutación con respecto al belicismo no es su mayor obsesión, sino que son los fluidos. Ripper entiende (más allá de que sea una conspiración comunista o no), que se ha introducido flúor en el agua. Así, todas las personas serán contaminadas por este químico, afectando directamente los fluidos corporales. “Sabía usted que el planeta está formado por 70% de agua”, le dice a Mandrake. Le vuelve a decir lo mismo con respecto al cuerpo humano. El general Jack entiende de ése modo, que no importa si es que hay una guerra nuclear o no, el sistema se ha forjado de tal manera que el hombre llegará a la destrucción sí o sí, y es por eso que dentro del plan del general siempre estuvo contemplada la muerte, de alguna u otra manera, hasta incluso por medio del suicidio.
Mandrake, un capitán de la aviación del ejército británico es quien se da cuenta de la locura y demencia de Ripper, pero al momento de querer intervenir es demasiado tarde. Lo único que le queda por hacer es seguirle el juego y sufrir la consciencia del fin. Es el hombre que tiene en su poder la posibilidad de detener el ataque a los rusos para no iniciar el fin de la humanidad, pero a la vez se encuentra en un estado de impotencia, atrapado y encerrado con Ripper, quien a punta de pistola, lo obliga a ser testigo del fin. Mandrake es uno de los pocos personajes de la película con una consciencia extrema de la situación que se está viviendo, pero no por eso alejado de la visión machista. De una u otra manera, las tradiciones deben seguir vivas, pero por lo menos es un hombre elocuente que no quiere participar de la destrucción de la humanidad. Sus reiterados intentos (incluso hasta después de la muerte de Ripper) resultan de una u otra manera una causa por defender los reales derechos de la humanidad, aunque a la gente que esté a su alrededor le cueste entenderlo.
En el momento en que se da la alerta roja y Ripper tiene el control absoluto sobre el bombardeo contra la URSS, el ejército norteamericano envía a su gente para atrapar al general desquiciado. Se produce un combate armado del cual Mandrake no puede escapar, hasta que es atrapado por uno de los soldados que al parecer no le cree mucho lo que dice, pero de una u otra manera es convencido por Lionel para que lo deje hacer una llamada de emergencia. La sátira vuelve a funcionar de manera genial cuando trata de comunicarse con el presidente, pero no tiene las monedas suficientes para hacerlo, le pide a la operadora que sea por cobro revertido, pero le rechazan la llamada. Es entonces cuando le pide al soldado que le saque unas monedas de la máquina de bebidas, y el soldado le dice que entonces tendrá una deuda. Mandrake, nervioso y apresurado, le pregunta con quién, a lo que el soldado le responde que será con la Coca Cola. Este momento logra ser maravilloso en el sentido de la situación extrema que se está viviendo. Se viene el fin del mundo, pero un soldado está preocupado por los intereses de una gran corporación. Por medio de la experiencia de Mandrake, Kubrick da a entender como los soldados (o nosotros) peleamos por ideales que ni siquiera nos pertenecen. Esto se transforma en una especie de catarsis para el personaje de Sellers, ya que entiende finalmente que su valioso intercambio desde la aviación británica a la norteamericana, parece que en realidad no tiene mucho sentido.
Y es que dentro de la estructura de un mundo regido por hombres, las mujeres no pueden tener ninguna participación relevante. Kubrick lo demuestra a través del personaje del General “Buck” Turgidson (George C. Scott) y la relación que mantiene con su secretaria (interpretada por Tracy Reed, quien es la hijastra del famoso director Carol Reed). Es la única mujer que aparece en toda la película y su función es ser una secretaria, que se acuesta con su jefe, y que está ahí para apreciarla por su belleza (es por eso el bikini) y para dar recados incluso cuando está en situaciones íntimas. Es interesante la cuestión que plantea el director en rigor de la función de la mujer en el mundo bélico, ya que de una u otra manera (aunque cueste entenderlo), mantiene al margen al género femenino no tanto por una creencia machista, sino más bien por una fehaciente prueba de que las mujeres simplemente no están dispuestas a participar de las competencias de testosterona de los hombres, especialmente si esas luchas están ligadas con el fin del mundo.
El general Buck, en este sentido, siempre es mostrado como un niño. Sus conversaciones en el salón de guerra con el presidente lo llevan siempre a descifrarse con respecto a sus intenciones: bombardear a los rusos. Pero a diferencia del general Ripper, quien ve la necesidad de destrucción debido a que el sistema está destinado de una u otra manera a eso, Buck lo hace por ganar la competencia de virilidad. Es un niño con uniforme de general, y esto queda comprobado cuando su secretaria lo llama mientras están en plena discusión sobre qué hacer con el avión que va a bombardear, el general mantiene una conversación banal con su mujer mientras el resto lo está esperando a que acabe para que sigan con la toma de decisión. También queda más claro, cuando aparece el embajador ruso, y Turgidson no lo quiere dentro del salón de guerra. Se abalanza sobre el embajador y comienzan a forcejear, para luego mostrarle al presidente que le encontró una cámara fotográfica (que en realidad le ha implantado él mismo). Sus constantes diálogos y ataques a los comunistas satirizan al máximo la imagen de general del ejército, llevando al extremo su actitud y visión sobre la relación existente entre la fuerza y el hombre.
Otro de los hombres que éticamente podría llamarse correcto es el presidente de EEUU, Merkin Muffley. El segundo personaje interpretado por Sellers es un hombre más racional, que se preocupa de su imagen y de no ser en los libros de historia el encargado de matar a 20 millones de personas. De alguna u otra manera trata de encontrar una solución, plantándose como una especie de antagonistas ante los ideales del general Buck. En esta escena, el presidente llama al mandatario ruso (quien está en medio de una fiesta) para comunicarle que un general que se volvió loco dio la orden para que se ejecutará un plan de bombardeo que no tiene vuelta atrás, ya que el avión entra en un canal secreto de comunicaciones para no ser intervenido. Los dos comienzan a discutir sobre el asunto, pero en una maravillosa interpretación improvisada de Sellers, comienza a hablar sobre si le agrada o no llamar al mandatario soviético. Se produce una conversación infantil entre los presidentes, aún sabiendo que el fin se acerca. Pero otra noticia se presenta. Los soviéticos tienen una bomba llamada “Doomsday”, el arma del día final. Al igual que los norteamericanos, es una bomba que se activa automáticamente en caso de ataque y que no tiene manera de ser detenida. Es una bomba tan poderosa que será capaz de exterminar a la humanidad por completo. En el eventual escenario que los dos países se encuentran, no tienen otra opción que tratar de solucionar los problemas juntos. Pero como en un inicio plantea el general Ripper, la guerra se ha transformado, ya no pertenece a los guerreros, sino que a los políticos, y ellos no tienen idea sobre cómo hacerla o detenerla. Los dos países han creado herramientas (temática constante presente en la obra de Kubrick) de autodestrucción masiva, pensando en el afán de destruir y eliminar a los demás, haciéndose víctimas de sus propias ambiciones.
Mientras tanto, en el avión que define el destino de la humanidad, el avezado piloto “Kong” (Slim Pickens), está dispuesto a llevar a cabo la misión a como dé lugar, incluso si se transforma en un cometido suicida. Es gracioso ver cuando les está dando las indicaciones a sus hombres sobre la caja de sobrevivencia en caso de algún accidente, donde tienen un arma, alimentos, vitaminas, y extrañamente, condones y lápices labiales. En ningún momento Kubrick olvida, refiriéndolo de manera muy sutil, que el hombre no sólo busca que algunas hagan las cosas a su manera, sino que todas, sin importar la situación en la que se encuentren los personajes.
Paralelamente, en el salón de la guerra, como espectadores logramos entender todo lo que sucede y las consecuencias de esto gracias al gran personaje de todos: el Dr. Strangelove, el tercer personaje interpretado por Sellers. Y es que el doctor tiene las respuestas para todo lo que sucede con la situación de la bomba. Conoce todos los datos y las posibles consecuencias que podrían darse en caso de que la bomba fuera lanzada y cómo, a su vez, podrían sobrevivir. Una graciosa improvisación por parte del maestro Sellers es llevada a cabo en la parte final durante la resolución en el salón de la guerra, donde habla con el presidente Muffley indicándole cómo podrían sobrevivir ante la inminente explosión. Le comunica que pueden vivir bajo las minas, pero que es importante para la supervivencia, que sólo puedan asegurar la vida de las personas más “relevantes” y que por cada hombre que esté en el refugio, deberían haber 10 mujeres hermosas. Y a pesar de que lo intente demasiado, Strangelove no puede ocultar su pasado nazi. Su necesidad de que sólo sobrevivan los más altos rangos de gobierno con muchas mujeres, lo llevan a un éxtasis físico que lo muestran levantando la mano como si estuviera saludando a Hitler, y diciéndole al presidente de los Estados Unidos “Mi führer” en reiteradas ocasiones.
Mientras tanto, volviendo al avión, el piloto Kong, después de un ataque fallido por los rusos, da la orden de arrojar la bomba sobre el objetivo. Es cuando el teniente Zogg (interpretado por un novato James Earl Jones) da cuenta de que la puerta está trabada y que la bomba no se puede lanzar. Kong, dispuesto a todo, toma la decisión de arrojarla de forma manual. Se monta sobre la bomba, logra abrir la puerta, pero cuando lo hace, ésta cae de manera directa camino a ser detonada una vez que toque la tierra. Y es en el clímax de la película cuando Kubrick lleva a cabo su metáfora más agresiva y dulce, mostrando en esa imagen mítica e inolvidable a un Slim Pickens montado sobre la bomba y agitando su sombrero como si estuviera montando un caballo. La bomba sale desde la parte inferior de su entrepierna, mostrándonos que finalmente es el pene más grande el que ganará la competencia de virilidad. Y en lo que podríamos llamar un “explorgasmo”, el hombre logra demostrar su incompetencia y estupidez.
Y como una eyaculación eterna y destructiva, el hombre logra su más preciada satisfacción personal.
*Este artículo es parte del Dossier #2: Stanley Kubrick [ febrero 2011 ]
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