El cine es para soñar. Con esa profesión de fe, Fernando Trueba y Javier Mariscal alumbran «Chico y Rita«, una película animada que narra una historia de amor a ritmo de bolero. Como telón de fondo, un homenaje al cine clásico, a los músicos cubanos y a la vida en La Habana de los años cuarenta
En España se estrena el 25 de febrero, en Chile aún no se sabe. ¡Y que ganas de verla!
La película ha tenido un rodaje de lo más intensivo y cosmopolita. Holanda, Canadá (festival de Toronto), Francia (festival de Les Arcs), Abu Dabi, Reino Unido, Irlanda… y Cuba (festival de La Habana) han sido ya testigos de esta historia de amor entre un pianista y una cantante en la Cuba de finales de los cuarenta. Decididamente, las estrategias de marketing cinematográfico son, como los designios del Señor, inescrutables.
Trueba nunca había hecho animación, Mariscal nunca había hecho un largometraje. Pero la mayonesa no se cortó
Una película así no tendría que haber existido por variadas razones de índole técnica, financiera, psicológica y hasta filosófica. Otra índole sería la que tiene que ver con los egos, capaces de organizar choques de trenes lo suficientemente frontales y violentos como para dar al traste con cualquier invento, por brillante que este sea. Y si bien es verdad que todo ciudadano sensato tiene el suyo, aun en lo más recóndito y anónimo de sus entretelas, cabe pensar sin temor a equivocarse que ni Javier Mariscal ni Fernando Trueba son dueños de los egos más pequeños del mundo, dicho esto como halago, pues es sabido que en el catálogo de los egos caben los más y los menos justificados. Estos andan bastante bien de justificación, hay pruebas de ello.
Para 96 minutos de película fueron necesarios 25 dibujos por segundo. En total, 144.000 ilustraciones, que hubo que ejecutar cinco veces
El caso es que las premisas de una película como Chico y Rita podían hacer pensar en un encontronazo de tal calibre, que el porvenir del proyecto no era sencillo. Un tipo cartesiano, racional, lógico y profesionalmente maniático hasta la extenuación como es Fernando Trueba, frente / junto a otro etéreo, nebuloso, genialoide y aparentemente caótico como Javier Mariscal, que lo mismo está dibujando en su mesa de luz que hablando de los cómics de Moebius o de cuando los hippies en Formentera. Descartes paseando con Picasso. La matemática aplicada a la imaginación y la imaginación aplicada al producto. Un híbrido que, por ambas partes, llegaba virgen a la experiencia de rodar un largometraje de animación: Trueba nunca había hecho animación, Mariscal nunca había hecho un largometraje. «La mayonesa se podía haber cortado, está claro, pero no se cortó. Hubo mayonesa», explica Tono Errando, hermano de Javier Mariscal, experto en animación y tercera e indispensable pata de esta película improbable, de esta extraordinaria película dibujada cuyo atisbo reivindicativo en boca de sus creadores queda claro: con música, dibujos y algo de buena tecnología se pueden decir tantas cosas.
En tiempos duros como estos, en los que toda puesta en marcha de proyectos o declaración de intenciones van precedidas de una irremediable melancolía tendente al desánimo, algo como que Chico y Rita llegue a las pantallas -a las benditas pantallas grandes, las de siempre- merece ser reseñado por todo lo alto. Puede que se haya perdido ya para siempre o se esté perdiendo a pasos agigantados el concepto de belleza como valor vigente a defender y a admirar, pero no hay chispa de duda: esta es una película cuyos autores cometen el imperdonable crimen de creer (y se comprende) que han logrado crear belleza. Casi nada.
La magia del bolero
La sudorosa magia del bolero y del mambo, la Negra Tomasa bailando, el embrujo inmanente del jazz, Budd Powell tocando, la orquesta del Tropicana, los bongos y las congas, Mario Bauzá y Dizzy Gillespie, Machito y Tito Puente, el sexo y el teclado de un piano, la dislexia como motor de genialidad, la sabiduría cinematográfica como crédito, el Dumbo de Disney como referencia en el desván de los sueños, una tecnología informática que hace tan solo unos pocos lustros habría sonado a marcianada imposible, la luz del malecón y el gris del río Hudson, los patios rotos de La Habana y un señor cubano de 93 años perdido entre Málaga y Estocolmo, Bebo Valdés, alma, principio y fin de esta película… ahí está todo, cazado al vuelo, escrito, dibujado, manipulado, comprimido y hecho cine en un largometraje de animación que ha costado 10 millones de euros. Cine que no debería existir, pero…
Hace ya seis años que Chico y Rita se echó a andar de la mano de Mariscal y Trueba, viejos conocidos desde los tiempos de lo que podría llamarse «el concepto Calle 54»: aquel disco triunfal del Trueba / productor musical -esa exitosa dimensión suya que, en los últimos tiempos, le ha dado muchas más satisfacciones que el cine- que con los sones de Gato Barbieri, Bebo y Chucho Valdés, Paquito d’Rivera y Tito Puente, entre otros, todo ello empaquetado en el inconfundible grafismo de Mariscal, catapultó al mundo la música cubana. Claro que Calle 54 también tuvo su parte de fracaso: un fantástico bar musical del paseo de La Habana de Madrid abierto por Trueba y sus amigos, también diseñado por Mariscal, y que acabó cerrando sus puertas, porque la música es la música, y el diseño es el diseño, y la hostelería es la hostelería.
Después de seis años
Seis años ya desde que Trueba y Mariscal decidieran que querían hacer juntos una película y desde que imaginaran el esbozo de esta hora y media de magia dibujada y musicada. Dos años con el guion entre manos (escrito entre Fernando Trueba e Ignacio Martínez de Pisón) y un año buscando financiación (es una coproducción hispano-británica) fueron el prólogo a un trabajo obsesivo, con hasta seis equipos de animación funcionando a destajo conectados a través de un software y enviándose los dibujos y los programas de animación vía web: seis unidades de trabajo en Filipinas, Hungría, Letonia, Brasil, Madrid y Barcelona, un gigantesco estudio global. Durante meses y meses, el estudio de Javier Mariscal en el complejo barcelonés de Palo Alto se convirtió, bajo la batuta de Tono Errando y la supervisión del propio Mariscal y de Trueba, en una especie de hormiguero donde cerca de 80 dibujantes y animadores fueron componiendo una imposible arquitectura de cifras colosales: 25 dibujos por segundo, 1.500 dibujos por minuto, 144.000 dibujos para 96 minutos de película, «que hubo que ejecutar al menos cinco veces», recuerda Tono Errando, quien explica cómo ciertos planos de la película tardaron hasta seis meses en ver la luz. «Chico y Rita es», resume, «un homenaje al cine clásico de los años cuarenta más la osadía gráfica de Javier Mariscal».
Mientras Mariscal dibuja con rotulador sobre una mesa de su estudio de Palo Alto un diagrama de lo que para él eran La Habana y Nueva York como punto de partida de la película, Fernando Trueba desgrana lo que para él queda como resultado material de esta auténtica aventura: «El cine, desde que se inventó, siempre ha estado dividido entre realidad y fantasía: los hermanos Lumière por un lado y Méliès por otro, unos obreros saliendo de una fábrica o un viaje a la luna con una luna de cartón pintado. Bueno, pues Chico y Rita es los obreros saliendo de la fábrica… pero hecha como si fuera la llegada a la luna de cartón».
De repente, Mariscal deja el rotulador e interrumpe (esta será la tónica de las cuatro horas de colitis verbal con el tándem dibujante / cineasta, yo hablo, tú me interrumpes, yo te interrumpo a ti y así sucesivamente, todo como muy natural y como muy cacofónico): «Yo me lo pasé tan bien y me reí tanto con Fernando que a veces me decía a mí mismo: ‘¡Y encima a lo mejor hasta nos pagan!’. Bueno… espero que nos paguen, porque si no, tal y como está la cosa, me verás en la puerta de EL PAÍS vendiendo postalitas».
Chico y Rita
El joven pianista enamorado de Chico y Rita no es, asegura Fernando Trueba, Bebo Valdés, «sino un homenaje a todos aquellos músicos cubanos de los cuarenta y los cincuenta»… pero queda claro que es ab-so-lu-ta-men-te Bebo Valdés. Su personaje, su vida y sus composiciones están, junto a un videoclip de La negra Tomasa, en el germen de este proyecto. Suya es, además, la música original de la película, por la que pululan además los sonidos de Charlie Parker, Budd Powell, Nat King Cole, Dizzy Gillespie… Y por eso fue él uno de los primeros privilegiados en verla: «No olvidaré aquel momento, fue cuando acabamos la película y Bebo estaba en Estocolmo, y yo no quería mandarle un DVD, sino que la viera como hay que verla, así que le convencí y se vino para su casa de Málaga, y yo me cogí un tren y me fui también para allá; cogí un cine en Málaga solo para que Bebo -y Estrella Morente, que también vive allí- vieran la película. Bebo lloraba. Nunca le había visto llorar», recuerda Trueba. Apostilla el padre de Cobi: «La música con los dibujos funciona que te mueres, siempre, es un casamiento cojonudo, y le dije a Trueba: ‘¡Pero si tenemos un músico fantástico, pues vamos a crear un protagonista que aporree el piano y que suene a Bebo!’. ¿Y qué íbamos a hacer? ¡Pues una historia de amor, estaba claro… un bolero!». Y Trueba: «Es que Xavi es un loco del bolero, ¿sabes?». Y Mariscal: «Desde pequeñito yo ya canturreaba imitando a Antonio Machín. Bueno, es que le imito muy bien, ¿eh?».
Uno de los momentos más delicados en la génesis de la película se produjo cuando Tono Errando intentó convencer a Fernando Trueba de que sería mejor rodar previamente con actores de carne y hueso, antes de proceder a dibujar y animar, con el fin de conquistar mejores cotas de realismo. Pero el director de Belle époque no se sentía precisamente entusiasmado ante la idea. Para una vez que se metía a lidiar con dibujos animados, lo de la carne y el hueso le sonaba aburrido: «Yo, que ya he rodado muchas películas o por lo menos unas cuantas, me dije a mí mismo: ‘¡Joder, para una vez que voy a hacer una de animación, ¿también hay que rodarla?!’. Pero me tuve que rendir, y fue maravilloso porque, para empezar, rodar con buenos actores supone que luego los animadores disponen de expresiones reales, no se las tienen que inventar». Los mundos habituales por los que transitan los expertos en animación, tradicionalmente mucho más cercanos a la pantomima que a la realidad, se iban a topar de bruces con algo tan prosaico como los actores y las actrices de verdad.
Una primera idea fue rodar con actores cubanos o españoles en Barcelona, pero Trueba, que acababa de dar un curso de dirección en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, corrigió el tiro, consciente de que podría contar con un continente y un contenido perfectos para echar los cimientos de Chico y Rita: «Como en Cuba no existen el star system ni estas cosas, allí los actores buenos son como otros, y trabajan en la escuela de cine con los estudiantes, y nosotros aprovechamos eso». Dicho y hecho. Trueba convenció a Mariscal de que ningún sitio para rodar como en San Antonio. «Acabó siendo una experiencia maravillosa», recuerda Fernando Trueba; «era curioso, estabas rodando, pero no era la película, sino un trabajo previo a la película; le decías a un actor que tenía que caminar como si estuviera caminando por Times Square, imagínate. Desde el punto de vista de un cineasta es un trabajo muy bonito. Yo lo llamo cine abstracto o cine en el vacío». También lo llama «cine sin masoquismo»: «Es cine a la manera clásica, pero sin masoquismos, es decir, hemos contado con la mejor tecnología posible, pero han hecho falta kilómetros y kilómetros de dibujos… ¡hay que pensar que Javier Mariscal prácticamente ha tenido que dibujarse La Habana a tamaño natural!».
Le ha dejado a Mariscal tan exhausto, pero tan encantado, la experiencia de zambullirse en un largo de animación, con la disciplina y los problemas de todo tipo que eso conlleva, que ya piensa en repetir. De hecho, ahí lo tenemos, la cabeza hundida en su pantalla de ordenador, dando vueltas a la paleta de colores y a su cabeza. Piensa en los Garriris, que acabarán convertidos próximamente en carne de película si consigue dar con la fórmula mágica, que por ahora se resiste. En el horizonte están ya, además, otros dos proyectos de animación junto a un tal… Fernando Trueba, pero por ahora no quiere hablar de ellos.
Pero de momento llega Chico y Rita al patio de butacas. Es tan poderosa visualmente la obra inclasificable perpetrada por Trueba-Mariscal-Errando y tan embriagadora la mezcla de su grafismo revolucionario y ultrarrealista con los acordes de tanto genio musical, que hay como un atisbo de nostalgia en esta película. Es posible que se trate de la nostalgia ante un tipo de cine, de creación artística, que el condenado ritmo de los tiempos ha enviado al apartado de lo irrealizable. En un tiempo en que un excesivo porcentaje de creaciones en vídeo acaba convertido en carne de museo o galería de arte, cabe reflexionar sobre si el lugar exacto -o único- de exhibición de una película así ha de ser la sala oscura. «Bueno, es que últimamente», reflexiona Fernando Trueba, «el cine vive una época en la que se ha puesto de moda lo que yo llamo minimalismo realista social, es decir, la película de buenas intenciones, políticamente correcta y que el que la hace dice: ‘Mirad qué buena persona soy’, y el que la ve dice: ‘¡Ah, esto refleja la injusticia, qué buena persona soy yo que he venido a verla…’. Pero con todo esto se le olvida a la gente una cosa: que el cine tiene que ser sueño, o sea, que tiene que conseguir que te metas en un sitio, apaguen la luz y te olvides hasta de que te llamas Pepe, y eso se está perdiendo. Se está perdiendo, creo yo, la esencia del cine».
¿Nostalgia en Chico y Rita?
¿Exceso de sentimentalismo ante los personajes y las músicas de ayer? «No hay nostalgia. Se puede escuchar con nostalgia a Frank Sinatra y acordarte de cuando te enamoraste, pero no se puede escuchar con nostalgia a Budd Powell, a Stravinski o incluso a Charlie Parker, ni se podrá nunca contemplar con nostalgia Las señoritas de Aviñón…, ¿y por qué? Porque Las señoritas de Aviñón es una pedrada contra ese cristal, y lo mismo Stravinski o Budd Powell. El moderno de verdad, el que está creando un lenguaje nuevo, rara vez será recordado con nostalgia».
Fuente: El País