Buscando un tesoro
[ por: Andrés Daly ]
La aventura más exótica de Charlot (Charles Chaplin) lo lleva esta vez a buscar oro en Klondike, en la frontera de Alaska. Pero lo que realmente él busca, más que el dorado metal, es como siempre un poco de comida, una bebida caliente, y por sobre todo, algo de amistad y ¿por qué no?, el amor. Luego de pasar diferentes penurias en una solitaria cabaña abandonada en la nieve, con un par de poco amigables compañeros, Charlot conoce a una bella mujer en el poblado a la que intentará conquistar sin mucho éxito. Pero cuando todo parece perdido, la suerte sonríe a nuestro querido vagabundo.
Al principio debo reconocer que es tanta la impresión de ver al vagabundo caminando con bastón y sombrero por el paisaje nevado -por supuesto que Charlot no lleva ningún tipo de abrigo, el vagabundo vive en un maravilloso mundo paralelo con sus propias leyes de la comedia que superan a las de la razón- o siendo seguido por un peligroso oso y casi siempre al borde de caer de un precipicio, morir congelado o perderse en una tormenta, que ver a este personaje tan urbano fuera de su elemento me pareció al comienzo tan caprichoso como surrealista.
Pero pronto suceden algunas escenas tan ingeniosas -como siempre, Chaplin desarrolla una comedia puramente visual de situaciones encadenadas muy creativas- acompañadas de ese corazón tan puro y noble del personaje, que no puede uno más que abandonar la lógica de lo posible y entrar al juego propuesto en Alaska, en un Barco o en la punta de una montaña nevada si así lo quiere un creador completo tan talentoso como Chaplin: escritor, productor, músico, actor, montajista y director.
La famosa y triste –en su contexto- escena del baile de los panes que ocurre en una cena de año nuevo que el vagabundo prepara para la mujer que le gusta en su cabaña, me recordó a otro sueño del mismo personaje, esta vez en “El pibe” (The Kid, 1921), donde en su momento más desesperado –cuando perdía al niño- Charlot imaginaba su barrio poblado de figuras angelicales que lo distraían y alegraban. Ese recurso del sueño benigno, donde Charlot es exitoso, feliz y cumple lo que no está logrando en la vida real, es un escape tan melancólico finalmente, sobretodo cuando la cámara presenta, luego de finalizado el sueño, al personaje dormido y solitario.
Imposible no recomendar esta maravilla, incluyendo la genial escena en que Charlot celebra su amor pensando que esta solo en la cabaña (y la mujer lo mira espantada desde la puerta), o el ingenuo gag –y tan imitado en cientos de dibujos animados- donde uno de los compañeros de cabaña de Charlot, tan muerto de hambre como él en el frío invierno, empieza a delirar y lo ve momentáneamente como un pollo gigante: ¡delicioso!.
Luego de las otras tres películas de Chaplin con que me puse al día hace unos meses, ahora me quedan por ver tres mas, del final de su filmografía: “El rey de la comedia”, “Candilejas” y “Monsieur Verdoux” y también uno de sus clásicos, “El Circo”. Allá vamos, una por una.
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