¿A quién quiere matar Marilyn?
[ por: Andrés Daly ]
Pues al marido. Pero no ella, no: las manos de una diosa no se ensucian. Esto es un trabajo para su joven y entusiasta amante de turno. Como en todo buen cine negro –y en algunas malas películas contemporáneas que pervirtieron el género también, esas con saxofones constantes en el soundtrack y mujeres con muy, muy poca ropa- la femme fatale clásica, irresistible, tentadora, peligrosa, sexual, cínica, bella y manipuladora, tiene un plan perfecto. O eso es lo que cree.
No había visto nunca a Monroe en un papel alejado de la comedia o de su famosa rubia bobalicona pero encantadora (al que no haya visto «La Comezón del Séptimo Año» le sugiero verla) y bueno, vaya que sorpresa. Desde su introducción, el personaje de Monroe ya se define, bella, sensual y pérfida. En una oscura cabaña para turistas, Rose Loomis (Marilyn Monroe) desnuda bajo las sábanas y con las piernas abiertas bajo ella, fuma y mira el vacío. Pero inmediatamente, con el sonido de la puerta, esconde el cigarro y finge estar dormida cuando George Loomis (Joseph Cotten, La Sombra de una duda, El Ciudadano Kane, El Tercer hombre), su depresivo marido, entra a la habitación. A George ya lo hemos visto, minutos antes, caminando solitario entre las rocas cerca de las catarátas del Niágara, con el amanecer, el agua y el rocío golpeando su cara en la introducción del film. George, parado detrás de ella, la nombra tímidamente: “Rose”. Silencio. Sin resultado, el hombre se va a dormir, inquieto, a una cama de una plaza junto a la de su esposa. Cierra sus ojos. Monroe abre los suyos: lo mira brevemente. Sonríe con desprecio y malicia, se da vuelta en la cama. El juego ya comenzó y tenemos asientos en primera fila.
ROSE LOOMIS (a un celoso George)
Sure. I’m meeting somebody, just anybody handy, as long as he’s a man! How ‘bout the ticket seller himself? I could grab him on the way out, or one of the kids with the phonograph. Anybody suits me. Take your pick.
Corte. Llegan al conjunto de cabañas turísticas una pareja de enamorados: Los Cutler. El hombre, llamado Ray (un insoportablemente feliz Max Showalter) y la bellísima Polly, su mujer (Jean Peters, me recuerda un poco a Sherilyn Fenn). Un poco más jóvenes que los Loomis, uno para el otro, los Cutler vienen a disfrutar de una postergada luna de miel. Sin quererlo, serán los testigos-víctimas perfectos para Rose, que logra que su marido protagonice un show de celos frente a ellos, se comporte erráticamente y fundamente así, una supuesta teoría de suicidio del mismo. Sin quererlo también, Polly Cutler se inmiscuirá más de lo previsto en la intriga y descubrirá que Rose no es quien dice ser. La supuesta muerte de su marido, tendrá consecuencias inesperadas para ella y para la propia Rose.
Del director Henry Hathaway, veterano del Western protagonizado por John Wayne (True Grit, How the west was won, The sons of Katie Elder), el cine negro (Kiss of Death, The Dark Corner, The House on 92nd Street), Niágara: Torrente Pasional es la excelente oportunidad de ver un film noir en un ambiente atípico –casi burdo, turístico- donde la atmósfera está dada en partes por el agua en suspensión, el ruido de las cataratas, los largos impermeables amarillos y negros que ocultan identidades y un reconocible sonido de campanas en la lejanía: una canción (Kiss, 1953) que nuestra malvada protagonista reconoce. Frente a su marido, horas antes en una fiesta por la noche frente a la cabaña, Monroe se la canta a sensualmente a un hombre ausente: “Won’t you kiss me?...thrill me, thrill me, take me…”. Desde el interior de la cabaña, su esposo la mira y escucha furioso, detrás de una persiana que lo enreja. El ingenuo de Ray Cutler le pregunta a Monroe: “You kinda like that song, don’t you Miss Loomis?”, ella responde rápida y directa: “There isn’t other song”. ¿Te quedó claro Ray?.
GEORGE LOOMIS
Why should the Falls drag me down here at 5 o’clock in the morning? To show me how big they are and how small I am? To remind me they can get along without any help? All right, so they’ve proved it. But why not? They’ve had ten thousand years to get independent. What’s so wonderful about that? I suppose I could too, only it might take a little more time.
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