Jackie, Frankie & Terry
[ por: Andrés Daly ]
No hay un mundo más paradigmáticamente masculino en el cine que el de la mafia, y no hay escenario más cinematográficamente perfecto para él que la ciudad de Nueva York. La tierra de la trilogía de “El Padrino” (The Godfather, 1972/1974/1990) de Francis Ford Coppola, con una familia de italoamericanos que se baja de un barco a comienzos del siglo pasado para luego fundirse, con los años, con la sociedad norteamericana y las corporaciones de la casa; la epopeya de “Erase una vez en América” (Once Upon a time in America, 1984) de Sergio Leone, o los orígenes de la mafia de la gran manzana en las brutales luchas de inmigrantes en “Pandillas de Nueva York” (2002, Gangs of New York) de Martin Scorsese, o quizás las historias en la vecina Nueva Jersey en “Los Soprano” (1999-2007, The Soprano) y así, tantos otros directores y películas que les antecedieron y los siguieron, las menos, con honores. Entre tantos casos, este es uno particular y me atrevo a decir que la mafia irlandesa en Nueva York tiene aún su película definitiva aquí, en esta obra de Phil Joanou de hace ya veinte años llamada “State of Grace”, literalmente “Estado de Gracia”. Una película que pinta la ciudad con el verde del clan y con el rojo de la sangre, en oscuras calles y bares de una ciudad eternamente cosmopolita.
Con un ojo por momentos casi tan afinado como el de su par, el gran Michael Mann –otro director experto en estos violentos temas, aunque en su caso enamorado del modernismo arquitectónico, las autopistas y la extraña belleza de otra ciudad, la de Los Angeles- Joanou despliega, en lo que sigue siendo hasta hoy una excepción en su filmografía, la historia del clan de los tres hermanos Flannery, Frankie (Ed Harris), Jackie (Gary Oldman) y la alejada Kathleen (Robin Wright, ex Robin Wright-Penn) que ven llegar a la ciudad a uno de los suyos misteriosamente desaparecido: Terry Noonan (Sean Penn).
Como en la más reciente “Los Infiltrados” (The Departed, 2006) de Martin Scorsese, Terry Noonan no es quien dice ser. Un policía undercover, un infiltrado en el viejo hogar que intenta hacer caer a dos jefes: el de la mafia irlandesa (Frankie), y a otro que lidera una italiana. Rodeado nuevamente de los viejos amigos – Oldman es como su verdadero hermano – cuestionandose sus verdaderas lealtades (como en una notable escena con Nick –John Turturro – el único policia que sabe de su paradero) y envuelto nuevamente en un antiguo amor con Kathleen, el personaje de Penn parece intentar decidir como ocasionar el menor daño posible –algo imposible- a quienes quizo antes, pero que parecía haber olvidado, a los que podía delatar en su imaginación y sin contratiempos.
Pero es en el personaje de Jackie, personificado por Gary Oldman, donde la película toma peso, gravita hacia una tragedia de un hombre impulsivo, inmaduro, violento, excesivamente emocional. Oldman, el gran actor de los noventas le da vida, el mismo que hoy adorna la cartelera como un secundario en el Hollywood contemporáneo y que hoy lo recuerda casi exclusivamente para villanos, famosos magos trágicamente fallecidos y el comisionado de policía en una ciudad cada vez menos gótica, donde afortunadamente el maquillaje estético se ha ido (Batman y Batman Returns, 1989-1992 Tim Burton), para dejarnos un mundo realista de mafias y traiciones. Un gran actor al que le dedicamos un programa especial en El mundo sin Brando recientemente, y donde discutimos también sobre este notable filme. Porque es con Oldman y su caracterización de este hombre perturbado que intenta sostener y amarrar desesperadamente su concepto de familia y de honor, y que deposita toda su ingenua confianza en hombres de su sangre que no la merecen, en donde se encuentra el verdadero centro emocional y detonante para el personaje de Penn en sus últimas acciones.
Un notable soundtrack de Ennio Morriconne, épico y disonante acompaña la tragedia, además de una imborrable secuencia final en cámara lenta en dos espacios contiguos: un oscuro bar y un iluminada calle de Nueva York; donde la gente, como siempre, no sabe que a la vuelta de la esquina vuelan balas. Es otro día en Nueva York.
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