Atlantic City (Lima)
[ por: Andrés Daly ]
El cine del director chileno Ernesto Díaz Espinoza y su colaborador/actor fetiche Marko Zaror, con las anteriores “Mirageman” (2007) y “Kiltro” (2006) siempre me ha parecido interesante, renovador y sumamente necesario para el cine chileno. Esto es cine de género, puro, simple conocedor y estudiante aplicado de todas sus reglas, donde queda ausente cualquier tipo de pretención pseudo-artística: ese tufillo grandilocuente y falsamente revolucionario que más de alguna película nacional exuda insistente e inecesariamente cada año, me refiero a esas películas diseñadas sólo para polemizar, para conquistar premios en festivales y complacer los egos de los involucrados.
Aceptarse tal y como es, es decir, una película de patadas y combos made in Chile y de bajo presupuesto, inspirada rigurosamente en un prototipo de héroe (en «Mirageman» fue el Superhéroe, en «Kiltro» el Discípulo de artes marciales, en «Mandrill» es el espía tipo James Bond) pero en nuestra idiosincracia, es el punto de partida fundamental para entrar en el juego propuesto y divertirse. Sin embargo, en este tercer film del duo Díaz-Zaror, la apuesta ya muestra claros signos de fatiga, y lo que comienza mostrándose como una historia de venganza doble –otra vez la venganza, es hora de cambiar el motivo señores- mezclada, además, con una historia de amor que ocurre entre balas y patadas, ya no parece ser suficiente para sostener todo el largo de la película.
Mandrill (Marko Zaror), luego de años de espera y entrenamiento, se ha convertido en el James Bond Chileno. O mejor dicho, el “John Colt” nacional, como la ficción así lo nombra. Desde pequeño y motivado por la venganza, Mandrill ha estudiado a su héroe, Colt: una especie de estrella de acción setentera porno-star (muy a lo «Boogie Nights»), mal doblada, que conquista chicas con el chasquido de sus dedos y que tiene, dentro de la película de Díaz, un glorioso sitial de honor, como la secuencia mas divertida y cinéfila del film, una verdadera joya.
La historia presenta ocasionales flashbacks de Mandrill en su adolescencia junto a su Tío Chone (Alejandro Castillo, excelente, repitiendo en alguna forma el papel de mentor que hizo en Kiltro, pero ahora en versión Ladies Man y sin artes marciales de por medio), mientras lo vemos, hoy, acercarse poco a poco, a la realización de su plan de venganza. Su plan consiste en asesinar al dueño de un casino en Lima, Perú (Atlantic City, notables secuencias en él), el hombre que mató a sus padres. Sin embargo, Mandrill se enamora de la hija de su objetivo, llamada Dominic (Celine Raymond) y bueno, aquí las cosas se complican.
Lamentablemente, las cosas se complican no sólo para Mandrill, sino que para el espectador también, que luego de cerrada la historia principal de venganza del protagonista -que funciona sin problemas- un par de minutos después de cumplida, la película se desinfla irremediablemente, sin rumbo, ahora dominada por la descabellada historia de una segunda venganza, esta vez hacia Mandrill (donde hasta cambia totalmente el estilo de dirección, lo que me produjo por momentos más de una duda, pero que terminaron absolutamente en nada para mi decepción) y que me dejaron totalmente perplejo. ¿Pero qué pasó?. Hacia el final, luego de vagar lo que parecieron eternos minutos, solo queda una simple justificación para una secuela, y un giro de un personaje con un cambio de actitud (y actividad) tan radical y tan poco convincente, que a uno lo hacen pensar sino le cambiaron la película. Lástima.
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