[ por: Andrés Daly ]
La pantalla grande siempre le ha quedado muy chica al ambicioso y perfeccionista James Cameron. «Avatar» es la última película-espectáculo escrita, producida y dirigida por este canadiense de 55 años, que ha revolucionado el cine de ciencia ficción y empujado el séptimo arte hacia la evolución tecnológica, una y otra vez; desde que dirigiese -cuando apenas cumplía los 30- a un implacable «Terminator» (1984).
Habiendo admitido personalmente y upfront, que Avatar no presenta una historia original ni muy compleja (las comparaciones con «Dances with wolves» de Kevin Costner, «A new world» de Terrence Malick, «Pocahontas«, «La princesa Mononoke» y cientos de historias clásicas previas abundan), y que sus personajes son tan simples como lo son efectivos, el honesto de Cameron se sale, de todas formas, con la suya. Sí, sus guiones nunca han sido grandes obras literarias ni vehículos intelectuales. Pero no fueron los diálogos o las estructuras narrativas de «Terminator 2: Judgment Day«, «El Secreto del Abismo» o «Titanic» (la película que para muchos es un casi un deporte odiar), los que han convertido su cine en una verdadera y emocionante fiesta audiovisual. Admitámoslo. Porque lo que diferencia a Cameron de algunos de sus pares en el cine hollywoodense que se baña en efectos visuales, es que no se ha conformado jamás con la burda pirotecnia sin sentido, aquella con la que Michael Bay ha llenado muchas salas -lamentablemente- con ese cine aberrantemente publicitario y ruidoso, sexista y promilitarista; o la aburrida y vacía destrucción con que Roland Emmerich se ha engolosinado en aniquilar a mas humanos en pantalla que varios cientos de películas juntas no lograrían sumar, siempre de la forma más mecánica e inhumana posible.
Porque si el director de «Mentiras Verdaderas» tiene algo claro a lo largo de su carrera, es que los efectos están siempre al servicio de una historia y de los personajes, por más simples que estos puedan ser. Esto no es el descubrimiento de la rueda ni del fuego, sin embargo, que fácil resulta para algunos directores olvidarlo (inserte aquí a los realizadores de decenas de mediocres películas de efectos especiales). Es un principio básico a seguir, al que un sentido común para mostrar la acción (sin desorientadores cientos de cortes por minuto, al estilo Bay o MTV), una clara geografía espacial y la construcción de secuencias claras, dirigidas con precisión, claramente ayudan a que el cine de Cameron sea siempre limpio: el efecto no es un obstáculo, y tampoco es gratuito. Sin estas acotaciones, los efectos especiales, tan antiguos como el cine mismo –Melies también construyó historias simples llenas de efectos, a finales de 1800- no tienen sentido alguno.
Avatar es la película con la que el hoy desorientado e imperial George Lucas nos habría querido involucrar hace diez años con ese desastre llamado «La Guerra de las Galaxias: La Amenaza Fantasma» (1999), algo inaudito viniendo del mismo director que ya había fascinado al planeta con el original mundo de «Star Wars» en 1977. Una película construída también, en base a una historia simple, a arquetipos de aventura clásicos. La «Amenaza…» sin embargo, que prometía ser un viaje alucinante -los trailers de la época eran un festín visual-, fracasó a nivel crítico y popular, aunque recaudando millones. Como una genialmente sarcástica (y divertidamente perturbadora) crítica del film en Youtube apunta con certeza: ¿quién diablos es el protagonista de «La Amenaza Fantasma»? – ciertamente no es el anecdótico Anakin que aparece a los 45 minutos del film, ni los dos robóticos Jedis que vagan sin rumbo durante todo el metraje – a propósito ¿cuál es la historia? (ni siquiera voy a ahondar en un bloqueo comercial inentendible por el pago de no impuestos a una federación…¿qué dije?) y finalmente ¿es acaso posible describirle los personajes de esa película a alguien que no la haya visto, pero sin mencionar el oficio de estos o sus rasgos físicos?. Difícilmente. Pero suficiente con el pobre (y rico) George. En la película de Cameron, el protagonista, Jake Sully (Sam Worthington), un marine en silla de ruedas, es el vehículo (nuestro avatar) para conectarnos al absurda y deliciosamente detallado y peligroso mundo de Pandora, sus habitantes indígenas, su religión y costumbres, su increíble fauna, flora, paisajes y en el centro de todo ello, una historia de amor y el llamado a la aventura del héroe, que finalmente se opone a su propia raza, tal como en Distrito 9, otra notable cinta de ciencia ficción de este 2009.
Sin ser para nada su mejor película o la más completa, Cameron recurre con éxito a sus mismas obsesiones temáticas, como el enfrentamiento de lo natural y los artificios del hombre, la ciencia versus la milicia, las ambiciosas corporaciones tecnologizadas que dominan un planeta moribundo, los fuertes protagonistas femeninos, todas ellas presentes en diversas formas en «Terminator«, «Aliens«, «El Secreto del Abismo» y «Titanic«; todo lo cual sigue sumando al cine de este autor.
Avatar es la primera experiencia totalmente inmersiva en un mundo completamente original, y más si esta película se ve o «vive» en su francamente espectacular 3D. Por fin, desde los años 50′ que no se veia un uso racional del 3D, sin lanzarnos nada contra la cara, sin invadir el espacio del espectador, ¡se agradece! y hay que anotar que esta tecnología recién esta comenzando. Avatar pide que el espectador se deje llevar en el goce sin reparos y es, sin duda, una de las razones por la cual vamos al cine: cuando la luz proyectada en una pared puede, en poco más de dos horas, convertirse en un poco de magia.