[ por: Andrés Daly ]
Debido al programa de mañana, este fin de semana que pasó me puse al día con varias películas dirigidas, protagonizadas, musicalizadas, etc., por don Charles Chaplin, que, hasta el día de hoy, aún no había visto: «The Kid» (1923), «Tiempos modernos» (1936) – no había visto más que la clásica secuencia de la fábrica en que el héroe es tragado por los engranajes -, «La condesa de Hong Kong» (1967) y «Luces de la ciudad» (1931). Una deuda importante -y me quedan varias por ver aún de «Carlitos», pues solo he visto «El gran dictador»- que empiezo a saldar con esta: una bella película con una historia muy simple, el cuento de dos niños huérfanos que juegan a ser padre e hijo.
Luego de una notable introducción («Akward Ass») y una lluvia de basura que apenas esquiva, el vagabundo (Charles Chaplin) llega caminando a cámara para encontrar, en un callejón, un bebé abandonado. Luego de leer una nota guardada entre sus ropas -aunque primero intenta divertidamente deshacerse de él- decide cuidar al huérfano. Esta nota es el elemento de guión más astuto y que se volverá fundamental, no sólo para detonar el cambio de actitud del vagabundo al leerla -la toma casi como un mandato-, sino que, al final del film, a través de su reaparición en el momento justo.
Mientras la madre que abandonó a su hijo en un carro elegante (sin pensar que sería robado por un par de asaltantes recién escapados de un set de «El gabinete del Dr. Caligari», que lo dejarían en un callejón, lugar donde aparecería por fortuna el vagabundo al inicio del film) construye su carrera de ¿actriz/cantante?, la película se centra sustancialmente en uno de los duos mas memorables del cine: el chico y el vagabundo. La actuación de Jackie Coogan (The Kid), no tiene nada que envidiarle a la de su cómico co protagonista.
Un balance perfecto entre la comedia (al estilo de la época) y el creciente cariño entre estos dos «niños», que son realmente el chico y el vagabundo. La película retrata sus divertidas aventuras en el barrio donde viven, creando, por debajo de los gags más pequeños, un lazo que pronto otros personajes intentarán romper. Con un remate bastante abrupto luego de la extraña aunque interesante secuencia del sueño de Carlitos («Dreamland»), en que imagina su calle transformada en un paraíso donde todos son ángeles o demonios, esto es cine imperdible.