Es 1974 y viene el premio del Oscar a la mejor película extranjera. Ese año ganó Amarcord de Federico Fellini, pero dentro de las nominadas estaba la primera película argentina en recibir una nominación en esa categoría. La tregua, dirigida por Sergio Renán, en una adaptación libre de la novela homónima de Mario Benedetti. A color, la película nos sumerge en un periodo de la vida de Martín Santomé, un viudo con tres hijos mayores, atormentado por sus 49 años como jefe en una sección de administración de una empresa, a la que llega una chica de 24 años, Laura Avellaneda. El idilio que parece improbable tiene una chance de ser real.
Cuando se ve La tregua después de 42 años, la película cobra un espesor mayor, porque además tiene una vertiente casi documental de una Buenos Aires todavía inocente y hogareña, que nosotros pensamos habrá mutado a raíz de todos los acontecimientos históricos que se sucedieron después, dictaduras militares mediante.
Renán nos hace entrar en la vida de Santomé, con unas primeras tomas desde una cama vacía, el comienzo de una rutina que por lo que demuestra el personaje de Martín, se le está trasformando en un fardo difícil de llevar. El personaje comienza a deambular por esa Buenos Aires con un toque melancólico, mientras que una banda sonora de bandoneones y un tango “a la Piazzola” (compuesta por el músico Julián Plaza), dan con la atmosfera necesaria. Es el domingo de un hombre al que después de 20 años de viudez, se le nota en la cara la soledad que carga.
Después nos instalamos en el mundo familiar de los Santomé, dos hermanos y una hermana. Esteban (un joven Luis Brandoni, en la actualidad diputado por la ciudad de Buenos Aires) el hermano mayor de 26, Blanca (Marilina Ross cantante y actriz) de 23 y el hijo menor Jaime (el actor y también director Oscar Martínez) de 20 años. Esteban se ve muy malhumorado gran parte de la película, con un diario siempre abierto, al parecer la rutina del trabajo ya lo está carcomiendo. Blanca trata de ser el alma de ese hogar pero con la ausencia de la madre a cuestas. Y Jaime -el más emocional de los tres- también se ve que debe sobrellevar la pérdida.
En la oficina Martín Santomé, con más de 30 años en su empresa, es una autoridad dentro de su sección. Allí un buen día llegan dos nuevos compañeros de trabajo, ambos jóvenes. Laura Avellaneda y Alfredo Santini. Martín, con un hábil manejo de su trabajo, define los nuevos puestos para ambos novatos mirando los currículos. Incrementación de ventas para Avellaneda y completar libros de mercadería para Santini.
Llega el día de cumpleaños de Santomé y sus hijos logran organizarle una fiesta sorpresa con regalo incluido, pero vemos en esa interacción de la familia una presencia/ausencia fantasma que siempre los acosa, de alguna u otra manera la pérdida de la madre es algo que se otea en el lugar. La familia se torna así en una especie de resumidero de la nostalgia, donde invariablemente los recuerdos, una y otra vez, vuelven a reflotar acompañados de su dolorosa carga emotiva.
En cuanto a los personajes, Alfredo Santini -interpretado por un jovencísimo Antonio Gasalla, actor y comediante fundamental en la escena actoral argentina- es un joven que sufre de claustrofobia –debe trabajar frente a una ventana-, especialista en el horóscopo, muy bien arreglado, algo tímido y delicado, rápidamente se transforma en el blanco de sus compañeros. Pero es la voz de alarma para toda la oficina, cuando cansado de las estúpidas bromas de sus colegas, les enrostra si no quisieran vivir otra vida, mejor que la que están viviendo, esclavos del trabajo, peripatéticos en su decadente y rutinaria existencia. Santomé internamente acusa recibo de esta perorata de Santini. De hecho tiene planificado dejar de trabajar el año siguiente, entre muchas cosas, para escribir.
Laura Avellaneda es interpretada por Ana María Picchio otra actriz que ya pertenece a la historia actoral argentina. Este personaje, que al principio vemos un poco tímido, conforme pasa el metraje comienza a dar cuenta de su profundidad. La escena clave en donde los lugares de jefe –Martin Santomé- y subalterna- Laura Avellaneda- se borronean para dar paso a una complicidad, que va más allá de los puestos de trabajo, es una discusión en la oficina. Santomé tiene un altercado con otro jefe de sección por Laura y él defiende a su subalterna, la empatía queda abierta de forma instantánea. Entonces comienza lentamente la interacción entre ellos. En los trayectos de la oficina al paradero del bus, comienzan las conversaciones entre los dos personajes. Lentamente Martín se siente atraído no solo por la belleza de Laura, sino por la naturalidad de la chica. Es una brisa fresca y nueva dentro de un interior que él creía estaba clausurado.
Martín Santomé es interpretado por Héctor Alterio, destacado actor de teatro, cine y televisión en Argentina, con más de 60 años de experiencia. En esta actuación Alterio construye un Santomé bonaerense permeado por una saudade rio platense. Donde la rutina y su soledad están corroyendo sus últimas fuerzas. Él lo sabe y por eso acaricia el proyecto dejar de trabajar por un tiempo. El encuentro con Avellaneda es una esperanza para un nuevo comienzo. No es solo el vampirismo de sustraerle la mayor cantidad de juventud a Laura, se trata de que parte de su vida cotidiana ya no la habita en soledad, la chica llena esos espacios. Como es 1974 y no estaba tan masificado el tema del erotismo como una de las anclas del audiovisual en Latinoamérica, la relación de Avellaneda con Santomé no se carga de forma total en él. Renán rápidamente nos instala en un cotidiano en la pareja, lo que la vuelve más entrañable.
En el ínterin la relación con los hijos comienza a complicarse, la razón es que Jaime va a dejar la casa. Detrás de esta decisión hay una homosexualidad en definición por parte del hijo menor de Santomé. Por supuesto que la visión que se expone de esta situación es anacrónica. Contemplamos el drama que significa la decisión del hijo menor dentro de la familia, vemos la culpabilidad de Martín por no saber lo que le pasaba a su hijo, la pena y un poco el miedo de Jaime al comenzar esta nueva vida fuera de casa. Es interesante como se enmascara en el lenguaje el hecho de la homosexualidad de Jaime:
BLANCA
Papa vos sabés lo que pasa con Jaime
MARTÍN
No sabía que pasaba algo
BLANCA
Sí vos sabías, vos sabías, todos sabíamos. Vos también decías que tenía amigos raros. Y bueno, él es como sus amigos.”[1] (0’36’’)
En el dialogo padre-hijo también borronea el hecho directamente:
MARTÍN
¿Por qué Jaime?
JAIME
Quiero estar solo. Quiero que me dejen tranquilo.
MARTÍN
No es eso lo que te pregunto
JAIME
Y qué es lo que me preguntas
MARTÍN
Jaime no quiero que sufras. No quiero que te quedes solo. No entiendo que es lo que te pasó. No sé por qué no me di cuenta antes.” [2] (0’37’’)
Se apunta a un concepto de forma oblicua, es interesante cómo se hace gris “eso” de lo cual se habla. Debemos suponer que es la homosexualidad, porque en realidad por lo menos en esta escena donde se incluye al propio Jaime, no se dice directamente nada. Concedo el hecho de que al menos se quiera esbozar un tema como este en 1974, si se le exige más a la película, pues queda cortísima, incluso si lo comparamos con lo que estaba pasando en Europa y EE.UU. en esta misma época. Pero considerando que pertenece a un joven cine latinoamericano de 1974 se considera el esfuerzo.
La crisis familiar refuerza la idea de Martín de que los mejores momentos de su vida los está pasando con Laura. Se suceden los hechos cotidianos, los paseos por la ciudad. Se puede ver la contemplación de Laura que hace Santomé. La felicidad para él es un día de lluvia viendo como Avellaneda se seca mirando la ventana. Entonces en ese momento peak de amor, la felicidad se desvanece. Con un solo golpe de gracia, el castillo de naipes de Santomé se desintegra.
Hemos querido analizar la película La tregua, ya que al ser una versión libre, se toma atribuciones propias, creando un para-texto independiente. Y es interesante porque a Benedetti mismo le complicaba el tema de esta versión de La tregua. Se le puede ver en una entrevista hablando de esto:
“Yo quedé disconforme con la tregua. Esta bien el trabajo de los actores, me pareció excelente, Renán es un muy buen director de actores. Pero no quedé contento de que se sacara de Montevideo una novela que era tan montevideana que pasara en Buenos Aires, y además que la cambiaran de época. Y entonces al quitarle el contexto social quedo una love story nada más. Bueno la gente se emocionó mucho, lloraban en los cines de Buenos Aires con eso. En aquél momento ocupó el segundo puesto, no en recaudación -porque eso depende de los precios- en espectadores después de La Guerra Gaucha” [3] (0’35’’)
Tan contradictorio es que no le gusta la versión libre, pero sí le gusta el trabajo de actores que hizo el director. Y también le agrada que durante algunos años la película hubiera sido la segunda más vista en Argentina. Benedetti se contraría con la idea de haber sacado la acción de Montevideo y trasladarla a Buenos Aires. Además de incomodarle haber cambiado la época en que se desarrolla la trama. Después de 42 años de su estreno, consideramos que Renán vadea esas situaciones muy bien. Creemos que el tiempo le ha dado mayor profundidad a la realización, que si bien no refleja ese tiempo de principios de los 60 que esperaba Benedetti, al haber transcurrido un considerable número de años se vuelve testimonio de otra época, moviéndose el eje estético, pero no por eso perdiendo el sentido artístico, lo que le da una nueva vitalidad a la recepción de esta obra cinematográfica en la actualidad.
Ponemos de relieve La tregua dirigida por Renán por considerarla un clásico del cine latinoamericano y en particular argentino. Es una de las paradas obligadas dentro de nuestra cinematografía y en especial para todo aquel que se defina como cinéfilo.